¿Qué debieron sentir y pensar aquellos doce pobres pescadores cuando
Jesús pronunció sus nombres y les invitó a subir con Él a la montaña
para luego seguir a su lado? ¿Qué debieron sentir y pensar? Supongo que
el batiburrillo de emociones y pensamientos sería como para contarlo en
todas las cenas en familia de la Historia…
El caso es que Jesús sigue llamando. Jesús sigue
convocando a su alrededor personas destinadas a predicar y expulsar
demonios. Doble acción salvadora a la que nos invita Jesús? Podríamos
decir algo así como “apóstoles de doble acción” como
alguno de los dentífricos más usados. Predicar y expulsar demonios.
Tarea ardua: ir por el mundo anunciando la Buena Noticia de Jesús y, a
la par, ir combatiendo el mal que ahoga la existencia de tantos.
Me da miedo que me llames a mí, Señor. También
siento un batiburrillo de emociones. Por un lado, me siento orgulloso,
por un lado me iría contigo al fin del mundo, por un lado te amo, por un
lado me veo capaz, por un lado… Y por otro, freno para elegirte y
descartar otros caminos más cómodos, miedo a la separación, miedo al mal
al que me enfrento, miedo a no poder… ¿Me llamas a mí, Jesús? ¿Estás
seguro?
Y la montaña… La montaña es protagonista del pasaje. No se puede
predicar ni expulsar demonios si antes no hemos pasado un ratito en la
montaña con Jesús, si no hemos tenido la experiencia personal de
elegirle, de seguirle, de orar con Él, de conocerlo en la intimidad, de
subir las cuestas de su mano… La montaña es el comienzo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario