¡ESTOS NIÑOS!
Negros, rubios, tostados.
Hijos de toda raza que ha conocido el sol.
Colgados de los pechos de las madres ausentes.
Barrigudos de vermes; amarillos
de hambre y de malaria.
Comiendo arroz y carne negra
y una banana de superavit.
Muchos en cada casa, sin birth control ni píldoras,
sobrevivientes en la despiadada selección natural.
Ojos grandes. Caritas macilentas.
Cariñosos. Pasmados. Juguetones. Inermes.
Chapoteando, libres, en los charcos.
Desnudos en la lluvia.
Revestidos de sol.
Nadadores olímpicos más allá de los récords y la prensa.
Expertos de la faca y la canoa.
Obreros sin edad y sin salario,
y tal vez sin "cartilla"...!
(Los cuatro niños muertos
la primera semana de mi llegada aquí,
como esperando
mi horror y testimonio.
Enterrados en este cementerio
del herbazal vecino,
debajo de los árboles,
mecidos por el río interminable,
llorados por los pájaros y los lagartos verdes...
¡Y acompañados bajo el mismo sueño
por tantos otros niños,
a lo largo de todo el calendario!).
Pedro Casaldáliga
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