ADORACIÓN DE LA CRUZ



(Me ha parecido interesante incluir esa oración-contemplación dado el tiempo que estamos viviendo.
¡Ojala nos ayude!!!!!)




MONICIÓN
“En aquel tiempo, Jesús reunió a la gente y a sus discípulos y les dijo: Si alguno quiere
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida?”
(Mc 8, 34-36).
Nosotros, los que decimos llamarnos cristianos seguimos a un tal Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien, y murió ajusticiado en una horrible cruz. Y nuestra fe nos dice también que este hombre es el Hijo de Dios, que sigue actuando en nuestra vida.
Todos llevamos cruces: unas de oro, otras de madera, otras de vanidad…Estas cruces son muy fáciles de llevar. No te comprometen a nada.
Pero, hay otras cruces, que a nadie le gusta llevar. Son cruces que cuesta trabajo soportar: son las del sufrimiento, el dolor, la soledad, el pecado, la enfermedad… Son las cruces que hemos de cargar para seguir de verdad a Jesús, el Señor.
Hoy le vamos a pedir a Dios que nos ayude, en esta oración, a entender el gran misterio de su amor manifestado en el misterio de la Cruz. Que nos enseñe a descubrir y valorar nuestras cruces, y a darles el sentido cristiano de amor, redención y salvación para nosotros y los demás.
No sabremos llevar la cruz de cada día. Pero hoy queremos estar cerca de la Cruz. Hoy queremos escuchar las últimas palabras de Jesucristo, las que dijo clavado en la Cruz. Hoy queremos descansar nuestra cabeza en el madero de la Cruz para morir al hombre viejo y esperar la victoria de la vida.
Escuchemos con atención las últimas palabras de Jesús en la Cruz. Son las últimas que conocemos de Jesús, palabras en las que se encierra, no solo su pensamiento, sino su alma, el resumen de toda una vida entregada por Amor.
En estas palabras se sintetiza el sentido de cuanto era y de cuanto había venido a hacer en este mundo. El último y mejor tesoro de su vida. Son sólo 7 palabras… desde la Cruz… 7 palabras… desde el Amor.

(Iremos leyendo la Palabra del Señor en la cruz e inmediatamente encendemos una vela. Después de leer el comentario dejamos unos momentos de silencio meditativo)

1ª. PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN (LC 23, 34).

Parece increíble, pero Cristo, desde la Cruz, también se olvida de sí mismo y se preocupa de sus enemigos (“si amáis solo a quienes os aman, ¿qué mérito tenéis?... amad a vuestros enemigos…”). Jesús, durante toda su vida nos ha enseñado a perdonar (“hasta setenta veces siete”), y ahora, desde la Cruz, lo vuelve a hacer. Es el perdón que nace como una respuesta de libertad, de vida y de amor. Es difícil de aprender esta palabra de perdón. Por eso Jesús quiere enseñarla con el ejemplo. Además, el amor de Cristo es tan grande, que no solo perdona, sino que también excusa…, porque “no saben lo que hacen”. Canto.

2ª. TE ASEGURO QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO (LC 23, 43).

Nada sabemos de su vida, del daño que pudo hacer a los demás y porqué. Pero sí sabemos que en el momento decisivo se volvió hacia Jesús, y le pidió… Su petición brota en una tierra pobre y humilde. No se atreve a pedir a Jesús más que un recuerdo: “Acuérdate del que murió crucificado junto a Ti”. Pero lo más hermoso de la oración era su fe y confianza. No era fácil creer en Jesús en esos momentos de tanto dolor y debilidad. Si le hubiera visto curando enfermos o caminando sobre el mar… Pero ahora es un derrotado, está clavado, como él, en una cruz de madera. Y, sin embargo, el ladrón ve algo más, ve otro tipo de milagro, el de su misericordia, esa misericordia que irradiaba toda su vida y toda su persona.
Y Jesús le promete, no solo el recuerdo pedido, sino su presencia cercana y definitiva: “Hoy estarás conmigo…” Ábrete a la esperanza. Te espera una vida nueva y feliz. De algún modo, ya ha comenzado en ti esa vida nueva, si crees en mí, si estás junto a mí, si vives en mí…, porque el que vive en el Amor ha alcanzado ya mi Reino y ha entrado en el Paraíso. Pero… no te contentes con estar tú en él; procura, con tu amor, extenderlo a los demás.
Acércate hoy, ahora, a la Cruz de Nuestro Señor. Apoya tu cabeza.
Háblale de tus cruces de cada día. De las que te pesan. De las que te duelen. Y clávalas en su Cruz. Deja que Él convierta tu cruz en una victoria de amor para ti y para los demás. Canto.


3ª. MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO. AHÍ TIENES A TU MADRE  (JN 19, 26-27).

“Viendo a su madre y al discípulo a quien amaba…” Él, desde la cruz también está viendo. No deja de ver a toda la Humanidad herida y salvada, pero ahora se fija en su madre y en su discípulo fiel. Mujer, ahí tienes a Juan, que será tu hijo, pero no solo a Juan, tendrás hijos incontables; Juan no es solo mi discípulo predilecto, Juan es todo el que cree en mí. Juan es también el más pequeño, el hombre débil y necesitado, todo el que sufre…, en definitiva, todo hombre. Canto.

4ª. DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? (MC 14, 34).

En este momento Jesús es pura pobreza. Materialmente, se lo han quitado todo. También ha perdido la libertad, el prestigio, la salud. Abandonado de todos, incluso de la mayoría de sus discípulos. Pero todavía le queda la riqueza del Padre. Es su gran tesoro. ¿Quién me separará del amor de mi Padre?... Y esto, que parecía imposible, lo experimentó Jesús. Experimentó el vacío más total y radical, el fracaso absoluto. “Tú, Yahvé, no retrases tu socorro; apresúrate a venir en mi auxilio… Porque de Yahvé es el reino… Mi alma vivirá para él…” Canto.

5ª. TENGO SED (JN 19, 28).

El agua es vida, siempre, pero sobretodo en este caso. Algún soldado compasivo “corriendo… tomó una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le daba de beber”. La acción de este soldado pasará a la historia. Siempre que damos de beber a un necesitado, sea un individuo, sea un pueblo, estamos renovando el gesto de este hombre. Porque desde la cruz Jesús gritó la sed de todos los hombres.
Jesús tenía sed de agua, pero no solo. Cristo en la cruz se hace portavoz de todas nuestras insatisfacciones. Jesús tiene sed de verdad y justicia. Siempre que trabajamos por la verdad
y la justicia estamos dando de beber a Jesús. Tiene sed de libertad y dignidad. Cada vez que levantamos del polvo al desvalido o le quitamos alguna atadura, ofrecemos agua al Salvador. Tiene sed de amor y de vida. Está muriendo, pero ha venido para que todos tengamos vida en abundancia. Sólo quiere dar la vida por amor, para que todos vivan. Cada vez que ofrecemos al otro algo de ternura y estima para que viva feliz, calmamos la sed del Señor. Canto.

6ª. TODO ESTÁ CUMPLIDO (JN 19, 30).

Ya no tenía más que dar, lo había dado todo. Ya no tenía más que decir. Todas sus palabras estaban dichas. Ya no tenía más que hacer. Su obra última era ésta, dar la vida. Todo cumplido. Todas nuestras misiones serán siempre como la de Cristo, misión de amor. Sea en la familia, en el trabajo, con los amigos…, siempre estamos hechos para amar. Jesús vino a decirnos que Dios se llamaba Amor y Misericordia. Su misión fue, en definitiva, la de manifestar a los hombres el amor del Padre, no sólo con palabras, sino con palabras y obras, con amor. Y aquí, en la cruz, ese amor se consuma: amó hasta el extremo. Canto.

7ª. PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU (LC 23, 46).

Al final de la paz, porque todo estaba cumplido. Al final fue la confianza, porque nos hacemos otra vez como niños. Al final fue la certeza, porque las sombras desaparecieron y la presencia del Padre volvió a brillar con fuerza.
“En tus manos…” Lo dijo con voz fuerte. Es la última palabra de Jesús, la confianza. Ya se acabaron los miedos y las dudas, todo es confianza. Al final de su vida, Jesús se arroja ciegamente en las manos del Padre. Todo es confianza y todo es vida, porque está Jesús, que dio la vida por nosotros, y su muerte se convirtió en vida; y… ¿quién nos puede separar de las manos del Padre?  Canto.

3. ADORACIÓN DE LA CRUZ.

El centurión romano, y los que estaban con él custodiando a Jesús, viendo cómo había muerto, exclamaron: “¡Realmente éste era Hijo de Dios!” (Mt 27, 54). Cristo crucificado es el resumen más impresionante del amor de Dios, que nos ha traído la salvación y la paz del corazón. Jesús muere tranquilo. Ha cumplido su misión. Bien sabe en manos de quién inclina su cabeza. Nosotros también tendremos que morir. Lo sabemos. Perderemos la vida. El ejemplo de Cristo nos invita a entregar nuestras almas confiadamente en las manos del Padre. Caeremos como caen las hojas del árbol en otoño, pero el Padre las recogerá en sus poderosas manos.
La Cruz sigue viva. No es cosa del pasado o un simple recuerdo emocionado. Es una realidad palpitante y actual. La cruz está hoy en Japón, donde tantos hombres, mujeres y niños han perdido la vida o sufren por la catástrofe. Y está en el Cairo, en Líbano y en España, en Africa…Porque Cristo sigue en agonía hasta el fin del mundo, sigue amando hasta el fin. Todas las cruces de las mujeres y hombres que sufren en este mundo, están contenidas en la Cruz de Cristo. También está la tuya. Y todas las esperanzas y todas las victorias de los hombres están incluidas en su Cruz.
 Acerquémonos ahora, a la Cruz de Nuestro Señor.  Hablémosle de nuestras  cruces de cada día. Hablémosle también de las cruces de los otros…De las que nos pesan, de las que les pesan. De las que nos duelen, de las que les duelen. Y clavémoslas en su Cruz. Dejemos que Él convierta nuestra cruz en una victoria de amor para nosotras y para los demás.

(Breve silencio)

Canto final.

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