LA FE NO ALIENA A LOS CREYENTES
Las procesiones de la Semana Santa vuelven a plantearnos la
pregunta por el significado social de la fe cristiana. Los cofrades que salen a
la calle portando los símbolos de la Redención ganada por Jesucristo, no están
dispuestos a recluir su fe en su “almario” particular.
El marxismo ha acusado a la fe cristiana de alienar a los
creyentes y de alejarlos de las reales necesidades del pueblo. También en la
cultura occidental se ha tratado de presentar la fe como un sentimiento
meramente personal, negándole toda pretensión de influir en la vida pública.
Ya en el año 1965 el Concilio Vaticano II había respondido a
ambos prejuicios, por ejemplo en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo de hoy, afirmando que “la esperanza escatológica no merma la
importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos
motivos de apoyo para su ejercicio” (GS 21).
El mismo documento añade que “la espera de una tierra nueva no
debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta
tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana” (GS 39).
Pues bien, el tema vuelve a aparecer en la reciente exhortación
apostólica La alegría del Evangelio.
El Papa Francisco desmiente allí esos viejos tópicos, al afirmar que “en el
corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los
otros” (EG 177).
Contra lo que se escribió tras el atentado a las Torres Gemelas,
la fe en el Dios trinitario y nuestra defensa del Absoluto no constituyen la
causa de la violencia y del fundamentalismo. Al contrario, nuestra fe en el
Dios de Jesucristo promueve el amor al
prójimo, la fraternidad y la justicia y nos lleva a ejercer el servicio de la
compasión que comprende, asiste y promueve a la persona (EG 178-179).
Como afirma el Papa Francisco, es verdad que la esperanza
cristiana mira a un futuro absoluto, pero siempre genera historia en el
presente en el que nos movemos (EG 180-181).
Así que
el magisterio de la Iglesia se siente obligada por su misma fe y esperanza a
concretar en la práctica los grandes principios sociales (EG 182). La razón es
muy sencilla: la fe no puede relegarse solamente al ámbito de la intimidad de
las personas. La fe cristiana siempre tiene una dimensión social. “Una auténtica
fe –que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de
cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro
paso por la tierra” (EG 183).
Ya
nos gustaría que los hermanos que procesionan por nuestras calles durante la
Semana Santa fueran conscientes de esta verdad y de esta misión. Sacar a la
calle los símbolos cristianos debería ser el recordatorio de la propuesta del
cofrade: afirmar y testimoniar con la vida que la fe en el Crucificado y
Resucitado puede cambiar su existencia y el rostro de toda la sociedad. Nada
menos.
José-Román
Flecha Andrés
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