El éxito de sor Cristina nos cuestiona: ¿cómo salir al mundo?



Desde hace unas semanas a través de las redes sociales y diversos medios de comunicación –católicos y no católicos— apareció la noticia de Sor Cristina, esta simpática religiosa que cautivó al jurado de “The Voice” en su versión italiana, y que en menos de dos semanas alcanzó 41 millones de visitas a su video en Youtube. El “boom” de este fenómeno ha suscitado posiciones encontradas, algunas favorables y otras menos. No pretendo entrar en el caso específico pero creo que la “euforia” o “perplejidad” que se ha suscitado entre muchos católicos nos invita a reflexionar.

El Papa Francisco no se cansa de decir que prefiere una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse. Invita, vivamente, a toda la Iglesia a “salir afuera”, a ir las periferias. Nos invita con su palabra pero sobre todo con su testimonio y sus gestos. Una verdad que es necesario recordar en cada época. Un don del Espíritu en la voz del sucesor de Pedro. Un llamado a vivir la dinámica evangelizadora en la cual la Iglesia muestra su rostro y su misión en medio del mundo. La exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG) es fiel reflejo de aquello que el Santo Padre quiere transmitir. En sus líneas se nos interpela, se nos cuestiona y se nos invita a vivir la alegría del Evangelio en la propia vida para poder ser testimonio del Señor y anunciarlo con alegría.

Ahora bien, este impulso evangelizador debe ir acompañado siempre del discernimiento, que es también importante para el Papa Francisco, como buen hijo de San Ignacio. El Papa nos invita a discernir y no relativizar, a discernir en nuestros corazones qué está obrando el Espíritu Santo, qué nos pide y adónde nos lleva. Nos invita a ser reverentes frente a los signos de los tiempos. Nos exhorta a tener el valor de discernir y a obedecer. Si nos ensuciamos los pies, que sea porque hemos salido al encuentro del Señor para que Él a su vez nos purifique.

Teniendo esto en mente, quisiera compartir una elenco de algunos puntos (que no tienen una jerarquía o están concatenados necesariamente) que considero esenciales para discernir nuestra labor apostólica, nuestra inculturación para vivir, “en espíritu y en verdad”, esa audacia evangélica a la que el Papa nos invita:

▪ Evangelizar implica salir al encuentro (EG, 24). ¿Somos cristianos constantemente “en salida” o buscamos nuestro propio gueto para estar seguros? Creo que el llamado a ir a las periferias implica, ante todo, un desacomodarse, quizá de nuestros planes, quizá de las estructuras que nos mantienen cómodos, o quizá de la manera como “siempre hemos hecho las cosas”, siendo autorreferenciales. El costo de lo que implica involucrarse con los demás, “cargar cruces ajenas”, no puede frenar nuestro ímpetu apostólico. No debemos tener miedo a sufrir por equivocarnos o por fracasar en el intento. Salir al encuentro del otro no es otra cosa que hacer lo mismo que Dios hizo cuando se encarnó, esto es, compartir la condición del que más necesita, sin excluir a nadie.

▪ Una mirada de fe sabe reconocer aquello que ha sembrado el Espíritu Santo (EG, 68). ¿Sabemos valorar aquello que es verdaderamente humano en cada cultura –o en cada persona—, o rechazamos aquello que resulta incómodo o difícil de discernir? Cada cultura, en su diversidad, es capaz de expresar el Evangelio de manera original y manifestar nuevos aspectos de él. La nueva evangelización exige un prudente discernimiento de los signos de los tiempos, y “del trigo y la cizaña” que hay en cada cultura. Allí donde hay personas, hay cultura, y junto con aquello que necesita purificación debemos encontrar las “semillas del Verbo” que el Espíritu Santo ha derramado, a veces, de maneras insospechadas. Porque nada de lo humano le es ajeno a la Iglesia, debemos encontrar esos “puntos de contacto” entre el Evangelio y el corazón de cada cultura.

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