Domingo de la Ascensión del Señor Lectura orante del Evangelio: Mateo 28,16-20

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Al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.

¿Qué sucede cuando vemos que Jesús pasa a nuestro lado queriendo entrar en nuestra casa? Con la fragilidad humana a cuestas, como muro protector contra toda vanidad, caemos en la cuenta de su presencia y nos acercamos a Él. Al experimentar que su grandeza toca nuestra pequeñez –“sin tener que amar amáis, engrandecéis nuestra nada”- le adoramos desde el asombro. Aunque vayamos con dudas y vacilaciones, dejamos que rumor de su vida nos recorra por dentro. La oración brota de una convicción: Jesús está vivo y nos ama. El Espíritu nos anima a dejar entrar a Jesús en nuestra interioridad, a volver a la simple confianza del corazón. Jesús es origen de nuestra identidad, fresca mañana en nuestro camino. Jesús, te adoramos en silencio.

Jesús se acercó a ellos.

Jesús se acerca a nosotros, nos busca. Sus pies de peregrino están encaminados hacia nuestro corazón. Somos algo muy precioso para Él. En la medida que nos abrimos a su amistad y aceptamos sus guiños, oramos. Su bondad rompe las distancias. Mira con ternura la humanidad. ¡Cuánto significamos para Él! Acercándose, nos atrae a la interioridad, donde es tan amigo de darse por entero. Amándonos, nos invita a seguirle. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón. No queremos estar sin Él. Su presencia nos hace vivir. Jesús, nuestro corazón salta de alegría al oír tus pasos.

‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra’.

Todo lo de Jesús es regalo. Muestra su poder con su paz, su consuelo, su abrazo. Nos encuentra con una mirada suya que sorprende, sana, reconcilia. Da pleno sentido a nuestra aventura humana. Su poder no oprime sino que libera y ensancha el alma. Jesús es fuente de verdad y de amor, “todas las demás verdades dependen de esta verdad como todos los demás amores de este amor”. Jesús nos enamora, rellena nuestros huecos, serena nuestros malestares hondos. Jesús, el tiempo se nos hace corto para estar contigo, para mirar cómo nos miras. Gracias.

‘Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo’.

¿Hacia dónde dirigir nuestros pasos? La amistad con Jesús nos lleva adonde no sabemos. Sus fuerzas reaniman las nuestras, tan escasas, y nos empujan a confiar y caminar. Al poner nuestros pies en sus pisadas, el miedo a lo desconocido se pacifica y serena. Jesús nos invita a salir y dar la cara por Él, a mostrar a las gentes la ternura del Padre, del Hijo y del Espíritu. Ligeros de equipaje, sin mirar hacia atrás, sin seguridades ni claridades pero sí con confianza. Gracias, Jesús. Saber que nos quieres nos da alas para la misión.

‘Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’.

La presencia fiel de Jesús, su amor incondicional, nos salvan. Nunca más estaremos solos. “¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado?” Aunque todo se desmorone, Jesús no cambia su promesa. No sabemos cómo, pero lo hará. No hay que temer. En sus palabras está nuestra alegría. La oración diaria nos recuerda esta alianza inaudita. Juntos andemos, Jesús. Vamos de veras contigo.
CIPECAR

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