Tenemos un gran sacerdote al frente de la Casa de Dios.
En el día de hoy la liturgia y el texto evangélico nos presenta ante nuestra reflexión la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote; después de haber recibido la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, la comunidad cristiana nos presenta así a Cristo, Único sacerdote, el cual a través de su cuerpo herido, presenta al Padre un solo sacrificio por el que se abren las puertas al género humano a través de su muerte y resurrección.
Jesús se convierte así en mediador entre Dios y nosotros. Esto se cumple de una forma plena y perfecta sobre todo en su muerte y resurrección. La iglesia actualiza a través de su liturgia este único e irrepetible sacerdocio de Cristo, por tanto Cristo sale a nuestro encuentro para que realmente dediquemos nuestra existencia sólo a la causa del Reino de Dios y a la proclamación de la Buena noticia, de manera que nuestro corazón y nuestra mente se abran a una sola verdad que nos hace libres, para ser hijos en el Hijo, con un corazón sincero llenos de fe, viviendo los frutos de la pascua en nuestros corazones.
En su sangre derramada por nosotros, renovamos el camino de la fe a través del velo que es su carne… pues, cuando su carne fue levantada hacia arriba entonces nos mostró lo que hay en los cielos. Nos ha elevado de nuestras debilidades por medio de su propio cuerpo franqueando el camino que sube a los cielos.
Para nosotros cristianos, el verdadero tabernáculo es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Él ha derramado su gracia sobre nosotros desde la mansedumbre. Por ello es ejemplo de corazón manso y humilde para todo cristiano. Vivamos este don en nuestra vida cristiana.
Esta copa es la nueva Alianza sellada con mi sangre.
En este texto nos encontramos ante la escena bíblica de la Última cena. Hay una relación íntima entre la Última cena y la muerte de Jesús. Así coinciden su ministerio y su muerte, los dos están al servicio de la acción salvadora de Dios y su Reino.
Jesús ofrece a sus discípulos pan y vino, símbolo de su vida que se derrama por todos; así sirve al pueblo liberándolo del hambre y del pecado. La muerte es el último acto de la vida de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Vino a dar la vida en rescate por todos. Ésta es la íntima unión de su muerte con la fracción del pan y la distribución del vino como signo máximo de su entrega a la misión.
Jesús nos muestra al Dios que se abre a sus hijos con amor misericordioso: “Misericordia quiero y no sacrificios”. La muerte de Jesús como mediación entre Dios y el hombre permanece al alcance del creyente en el pan y el vino, porque siempre que coméis este pan y bebéis esta copa anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva. Vivamos la vida nueva; con tan grande intercesor, nuestra esperanza es Jesucristo nuestro hermano y nuestro salvador.
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