LA CÓMODA

No recuerdo bien en qué libro leí hace ya tiempo que se debe aprender a “ordenar la cabeza”, no solo por intentar tener las ideas medianamente claras, sino por tener los sentimientos medianamente claros.Casi nadie sabe lo que realmente quiere, pero si al menos se sabe lo que no se quiere, eso ya es un avance más que importante.
Ordenar ideas… no resulta fácil, pero jugando al descarte, podemos ir dando pasitos hacia adelante. Ahora, ordenar sentimientos -y todo lo que los provoca-, ya es para nota.Yo procuro hacerlo como hago con las ideas, pero hay mucha implicación que nos ciega, por lo que la labor es bastante espinosa.
Imagino una cómoda similar a la de las ideas, esta vez para mis sentimientos. Cajones más grandes, más pequeños, más alargados, más cuadrados… cada uno de mis sentimientos ha de estar en su lugar o, al menos, cerca…Emociones, recuerdos, ternura, vivencias, olores… se me agolpan en el alma mientras intento desenredar la maraña.
Voy poco a poco tirando del hilo. Algunos han de ir al fondo del cajón pequeño, ese que reservo para los recuerdos dolorosos, ese que pocas veces abro porque al hacerlo parece que salen volando para plantarse nuevamente en mi alma. Y están mejor ahí, en orden, pero encerrados. Otros, como la ternura, han de ir al cajón grande de arriba, ese en el que guardo todo lo que necesito tener a mano, ese que abro muchas, muchas veces al día y que, cada vez que lo hago, se me inunda el corazón.
El del agradecimiento es otro de los que abro a diario varias veces. Ese del que cada vez abro tan solo una pequeña rendija sale una maravillosa luz blanca que me rodea y me oxigena. El de los olores es otro de mis favoritos. El olor al aftershave que usa mi padre, olor a bebé, olor a caballo, olor a tierra mojada, olor a hierba cortada, olor de piel…
Pero hay olores que duelen y llega el dilema de elegir el cajón adecuado. Bueno, de momento creo que lo dejaré en el cajón pequeño, en el de los recuerdos que duelen. Por si acaso, que no tenemos ya ni ganas ni edad de sufrir a lo tonto.
Dios dirá cuándo deberé cambiarlo de cajón.

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