NEURONAS DE VACACIONES

TIEMPO-PLAYA

Acaba de aparecer en la revista 21 un amplio reportaje sobre “infoxicación”, un término que procede de unir intoxicación e información y que tiene relación directa con el uso y abuso de las nuevas tecnologías. Las cifras que avalan la tesis de que nos estamos volviendo dependientes (y hasta adictos) al teléfono móvil o internet  se agrandan siempre que analizamos la franja de edad de 0 a 24 años. Sí, nuestros hijos adquieren cada vez más temprano un teléfono ( en torno a los 10 años), manejan una tablet antes de aprender a hablar y no son capaces de quedar con los amigos sin usar el whatsapp. Para ellos quedarse sin teléfono móvil (el 97,4% de los jóvenes entre 16 y 24 años tiene uno y el 94,5% cuenta con presencia en redes sociales) supone el aislamiento social. ¿Que por qué no llaman al teléfono fijo para quedar, como se ha hecho siempre? ¡Si preguntas eso es que no tienes hijos adolescentes!
Sí, nuestros hijos son lo que se ha dado en llamar nativos tecnológicos. Y poco se sabe aún de los efectos que este uso de la tecnología desde la más tierna edad provocará en el desarrollo de sus mentes. Ya detectan los expertos que tienen más problemas de concentración y más facilidad para poner en marcha la creatividad. Y es que con esto de la tecnología no conviene ser maniqueos. Ni es la panacea ni el demonio con teclas. Todo depende del uso que le demos. Y ahí es donde los padres podemos y debemos intervenir.
Somos nosotros los que tenemos que ayudar a nuestros hijos a fijar límites en el acceso a internet y el uso de la tecnología, los que debemos advertirles de los riesgos (sin caer en alarmismos exagerados que nos hacen perder la credibilidad, como “se te van a morir todas las neuronas de mirar al televisor”…) , los que habríamos de educarles en un uso adecuado de estos aparatos mediante nuestro ejemplo, que la mayor parte de las veces no damos (conozco yo a más de un padre que, con su Ipad, parece Gollum: “¡es mío, mi tesoro!”). Y los que tendríamos que ser capaces de detectar ese momento en que pasan la raya y la dependencia o el abuso se convierte en verdadera adicción. Porque cuenta el psicólogo experto en adicciones Fernando Pérez del Río, que la mayor parte de los hijos tecnológico-adictos no acuden a un centro o un especialista hasta que el niño no trae todas las asignaturas suspensas. Hasta entonces, no habían reparado en que se aislaba, estaba irritable si no podía conectarse o restaba horas al sueño por seguir conectado al teléfono móvil.
Son casos extremos, y no son muchos. Pero, ¿cuántos de nuestros hijos son capaces de despegarse de su teléfono o su videoconsola ahora que llega el verano? Yo he mandado a los míos, un año más, a uno de esos campamentos donde está prohibido llevar cualquier clase de dispositivo electrónico y aunque se salten las normas no sirve de nada porque no hay cobertura ni enchufe donde cargar la batería. No les ha pasado nada, claro. Ni les ha dado la viruela por no whatsapear ni se han quedado sin amigos. Más bien al contrario. De verdad. Aunque algunos de sus compañeros en el Día de Padres esperaban expectantes la llegada de sus progenitores porque iban a dejarles usar por unas horas el añorado celular. “¡Tengo 500 mensajes sin leer!”, decía una chica mientras elevaba los brazos para captar señal. Una monitora nos confesaba su perplejidad y su tristeza: “Cuando un padre me dice que se lleva antes de tiempo a su hijo porque echa de menos la Play Station, no se lo discuto, porque contra eso no puedo luchar”.
Estudios muy serios apuntan a la relación del abuso de las tecnologías en los jóvenes con el adelanto de otras adicciones, como el alcohol, el tabaco, o problemas de obesidad. También con la pérdida de interés por otras actividades y el aumento del fracaso escolar. O con la depresión. Palabras mayores. Así que ojito con frivolizar. ¿Y por qué no poner en práctica este verano nuevas fórmulas, como un apagón tecnológico para variar? Vale la pena probar. Lo agradecerán nuestras neuronas, seguro.

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