NO ESCLAVOS SINO HERMANOS
Por decisión del Papa
Pablo VI, el día primero de enero celebramos la Jornada Mundial de la Paz. Es
esta una preciosa invitación a sepultar los rencores e indiferencias que hacen
difícil la convivencia humana. Y es también una exhortación a iniciar el nuevo
año en armonía, con sinceros deseos de reconciliación y de fraternidad.
En el mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz del año 2013, el papa Benedicto XVI nos recordaba la
conocida bienaventuranza evangélica que proclama dichosos a los que trabajan
por la paz. Afirmaba él que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una
obra humana, que requiere un esfuerzo para fomentar la convivencia en términos
racionales y morales.
El nuevo Papa
Francisco eligió la llamada a la fraternidad como lema de su mensaje para la
Jornada del año 2014. En él nos recordaba ese “anhelo indeleble de fraternidad,
que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos
o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer”.
Con el lema que el
Papa Francisco ha elegido para la Jornada del 2015 nos exhorta a considerar a
todos los seres humanos no como esclavos, sino como verdaderos hermanos. Esa
hermanandad se fundamenta en el origen común, puesto que todos hemos sido
creados a imagen y semejanza de Dios.
Sin embargo, no olvida
que el pecado se manifiesta bien pronto en el asesinato de Abel por parte de su
hermano Caín. Evidentemente, el cainismo, de tanto en tanto viene a
ensangrentar nuestra convivencia, revela que hemos olvidado el proyecto inicial
de Dios.
Nuestra convivencia se
ve fracturada con frecuencia por brotes de violencia y por el intento de
sustituir la fraternidad por la esclavitud. Los creyentes sabemos que el pecado
de la separación de Dios trae consigo el “rechazo del otro, maltrato de las
personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales e
institucionalización de la desigualdad”.
El Papa recuerda además un texto del Nuevo
Testamento que deberíamos meditar más a mmenudo. En su carta a Filemón, San
Pablo le exhorta a recibir a Onésimo, como a un verdadero hermano, ahora que se
ha hecho cristiano como él.
Onésimo era esclavo de
Filemón. Huido de su casa, llegó hasta Pablo, tal vez buscando refugio y
consejo. Junto a él encontró la fe y de él recibió el bautismo. Las leyes del
Imperio Romano eran duras para los prófugos. Así que Pablo le aconsejó que
regresara a casa de su amo.
Pero en su breve
escrito, Pablo recuerda a Filemón que su antiguo esclavo es ahora su hermano en
la fe. No podían modificar las leyes, pero podían vivirlas con un estilo nuevo,
es decir con un nuevo espíritu.
Por eso, afirma el
Papa Francisco, “la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento, que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida
familiar y base de la vida social”.
José-Román Flecha Andrés
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