Jueves I
Hch 3,11-26
Lc 24,35-48
ABRIL 9
Ellos contaron lo
que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el
pan. Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de
ellos y los saludó diciendo: “Paz a vosotros”. Ellos, sobresaltados y muy
asustados, pensaron que estaban viendo un espíritu. Pero Jesús les dijo: “¿Por
qué estáis tan asustados y por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón? Ved
mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tocadme y mirad: un espíritu no tiene
carne ni huesos como veis que yo tengo”. Al decirles esto, les mostró las manos
y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el
asombro que sentían, Jesús les preguntó: “¿Tenéis aquí algo de comer?”. Le
dieron un trozo de pescado asado, y él lo tomó y lo comió en su presencia.
Luego les dijo: “A esto me refería cuando, estando aún con vosotros, os anuncié
que todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de
los profetas y en los salmos, tenía que cumplirse”. Entonces les abrió la mente
para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: “Está escrito que el Mesías
tenía que morir y que resucitaría al tercer día; y que en su nombre, y
comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones que se
vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Vosotros sois testigos de
estas cosas”.
Preparación: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable
es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8). El Señor es admirable en la obra de
la creación que se despliega ante nuestros ojos. Pero es aún más admirable si
contemplamos la obra de la salvación que ha llevado a cabo en Jesucristo,
muerto por nosotros y resucitado para nuestra salvación.
Lectura: “Matasteis al autor de la vida; pero
Dios lo resucitó de entre los muertos… y os lo envía en primer lugar a
vosotros, para que os traiga la bendición, si os apartáis de vuestros pecados”.
Así lo afirma Pedro ante la multitud que se apiña en torno a Juan y a él,
asombrada por la curación del paralítico.
El evangelio nos recuerda el retorno de los dos discípulos a los que se
manifestó Jesús en el partir el pan. Ahora se manifiesta también a los demás
discípulos. Y de nuevo quiere compartir con ellos la comida. Con ese gesto
fraternal trata de hacerles comprender que no es un fantasma. Es el mismo que
los ha elegido y ha caminado con ellos.
Meditación: El Señor resucitado se muestra a sus
discípulos, no para echarles en cara su abandono, sino para fortalecer su fe.
También ahora, el Señor conoce nuestras dificultades para creer en él. Pero nos
invita a leer las Escrituras con espíritu de fe. Y a creer que está vivo para
siempre. El Señor resucitado nos envía a
“anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les
perdone sus pecados” Nuestra vida, rescatada
del pecado y la nostalgia, ha de
ser un testimonio creyente y creíble de
su vida. Esa es la misión que se nos ha
confiado en el bautismo.
Oración: Señor Jesús, que te haces presente
entre nosotros, abre nuestros ojos para que descubramos tu presencia en el
mundo y abre nuestros labios para que la anunciemos con gozo y osadía. Amén.
Contemplación: Jesús resucitado invita a sus
discípulos a comprobar su humanidad: “¿Por qué estáis tan asustados y por qué
tenéis esas dudas en vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo!
Tocadme y mirad: un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”.
Al decirles esto, les mostró las manos y los pies”. También nosotros
contemplamos las llagas del Resucitado.
Su muerte no ha sido una ficción. “Fue crucificado, muerte y sepultado”. El
resucitado es el mismo que se inmoló por nosotros. Con uno de los himnos
pascuales repetimos con el cor
azón rebosante de
gratitud y de alegría: “Nuestra Pascua inmolada es Cristo el Señor”.
Acción: Hoy nos preguntamos si de verdad la lectura de las
Escrituras nos lleva a descubrir a Jesucristo presente entre nosotros.
José-Román Flecha Andrés
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