El Espíritu Santo es el corazón de la oración. Gracias a El, podemos decir: Padre. Gracias a El, confesamos: Jesús es el Señor. Gracias a El, podemos entrar en comunión con el Padre y con el Hijo. Por medio de El, el Padre y el Hijo se hacen presentes y entran en comunión con la Iglesia, con el cristiano, con el mundo.
Cuando nos dejamos guiar por el Espíritu, él se convierte para nosotros en el dulce “huésped del alma”, y nos lleva, como maestro interior, a una experiencia de:
- Verdad. Desde nuestro interior testimonia que “somos hijos de Dios” (Rm 8, 16), nos susurra una y otra vez: “¿No sabéis que sois templo de Dios” (1 Cor 3, 16), y nos guía hacia la verdad completa” (Jn 16, 13).
- Creatividad. El Espíritu, don por excelencia, se convierte en tarea. Estrena en los que le son fieles las más nuevas respuestas a los problemas de la humanidad. Difunde el buen perfume de la caridad,“que es paciente, servicial, no busca su interés, se alegra con la verdad” (1Cor 13,4-6). Y se hace concreto en los gestos sencillos y en las palabras de verdad (Hech 10,26.34.44).
- Comunión. La experiencia del don del Espíritu unifica los acontecimientos de la vida mediante la alabanza. Los salmos son retazos de vida (de dolor, de inquietud, de sed, de búsqueda) que gracias al Espíritu se unifican en un canto de alabanza y bendición a Dios (Sal 150).
- CIPE
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