SALMO 35

Empezamos hoy nuestra jornada escuchando un salmo sapiencial que puede ayudarnos a orientar, desde los primeros momentos del día, nuestra conducta. El salmo presenta ante nuestros ojos un doble cuadro: la conducta del malvado arrogante y la actitud del hombre humilde que se acoge a la sombra de las alas de Dios.
Cada uno de nosotros puede ser, durante esta jornada, el malvado que, viviendo al margen del Señor, dice con su orgullosa suficiencia: No tengo miedo a Dios, ni en su presencia.
Pero también podemos formar parte del grupo de los humanos que se acogen a la sombra de las alas de Dios y se nutren de lo sabroso de su casa. Que este salmo ayude nuestra determinación: Señor, en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz, durante el día que ahora empezamos. Tu luz, que es tu propio Hijo, luz del mundo, nos hace ver la luz, pues quien a él sigue no anda en tinieblas.

SALMO 35: Depravación del malvado y bondad de Dios

Antífona 1: Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.


El malvado escucha en su interior
un oráculo del pecado:
"No tengo miedo a Dios,
ni en su presencia".
Porque se hace la ilusión de que su culpa
no será descubierta ni aborrecida.

Las palabras de su boca son maldad y traición,
renuncia a ser sensato y a obrar bien;
acostado medita el crimen,
se obstina en el mal camino,
no rechaza la maldad.

Señor, tu misericordia llega al cielo,
tu fidelidad hasta las nubes;
tu justicia hasta las altas cordilleras,
tus sentencias son como el océano inmenso

Tú socorres a hombres y animales;
¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!,
los humanos se acogen a la sombra de tus alas;

se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
porque en ti está la fuente viva,
y tu luz nos hace ver la luz.

Prolonga tu misericordia con los que te reconocen,
tu justicia con los rectos de corazón;
que no me pisotee el pie del soberbio,
que no me eche fuera la mano del malvado.


Han fracasado los malhechores;
derribados, no se pueden levantar.

Gloria al Padre y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Tu luz, Señor, nos hace ver la luz.

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