INVITADOS A MIRAR LA REALIDAD


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De los refugiados, de los que sufren, de los que pasan hambre, de los pobres...

El Dios, que mora en nuestro interior y con el que nos comunicamos en amistad, nos vuelve los ojos para mirar la realidad sufriente de millones de hermanos y hermanas. Estar conectados con Dios nos lleva a conectarnos con todo. No podemos orar en verdad sin mirar, escuchar, compartir, acompañar a los últimos. Hablar con Dios se expresa en una forma de ser humanos, solidarios, compasivos. 

Un niño sirio, Aylan Kurdi, muerto en las playas de Turquía, se ha convertido en símbolo del drama de miles de refugiados, muchos de ellos niños. El pequeño Aylán y su hermano y su madre se le fueron de las manos a su padre en medio de la tormenta del mar. La secuencia de los hechos, narrada por su padre, es dramática. Era el más hermoso de los niños. Huía con su familia hacia Europa buscando paz. Sus vidas, historias y sueños, quedaron ahogados en el mar.

En la muerte de cada víctima algo nuestro se muere, algo de Dios muere en nosotros. Todos vivimos en un solo mundo. La oración libera del ego y nos descubre la verdad: ¡todos somos hermanos, nos pertenecemos unos a otros!

OBRAS, OBRAS

La humanidad llega a la orilla. Y los orantes, ¿a dónde llegamos? No es momento de construir torres sin fundamento. Lo que sucede en la Morada interior rompe en mil pedazos la indiferencia. Es hora de mostrar el amor. Todo lo que Dios nos da “¿es para se echen a dormir? ¡No, no, no!” (7Moradas 4,10). Teresa no quiere el ruido y más ruido del remordimiento, que se termina en unas horas. Lo que quiere es responder a las noticias que llegan a sus oídos, haciendo “eso poquito que era en mí” (C 1,2) y que brota de la oración interior. 

Teresa nos propone mirar el mundo con la mística de los ojos abiertos y hacer de nuestra vida una respuesta a la palabra nueva escuchada. Entrar en las moradas es incompatible con la construcción de alambradas de espino para que no entren los que llaman a la puerta y mucho más incompatibles con esas alambradas que construimos en nuestro corazón para protegernos ¿de quién? Es Jesus quien llama a la puerta de cada ser humano. La mejor gloria que le podemos dar a Dios es cuidar a quienes Él tanto ama.

La mayor alegría que le podemos dar a Teresa de Jesús es hacer nuestras las palabras que ella le dirigió al Señor al finalizar su libro del Castillo Interior: “¿Qué queréis, Señor, que haga? De muchas maneras os enseñará allí con qué le agradéis” (7M 3,9).

“Estáse ardiendo el mundo… No es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (C 2,5). Que nadie os robe la música de Dios del corazón. ¡Feliz camino, orante, comprometido, humano! 

Pedro Tomás Navajas,CIPE

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