RELIGIÓN EN LA ESCUELA

Estamos a dos meses de las elecciones. La religión en España siempre ha sido útil para calentar la campaña. En el apartado de laicidad, el PSOE ha propuesto la eliminación de la enseñanza de la religión confesional del currículo y del horario escolar. El reflujo post-LOMCE era de esperar. El actual estatus, con el único apoyo del PP, tiene fecha de caducidad. De hecho, en esta materia, los pactos que duran son los que la Iglesia establece con la izquierda.
Hay dos cosas que no me gustan de la propuesta. Una su carácter negativo, con un cierto resabio anticlerical, que parece desconocer el arraigo social del que todavía goza la religión en la escuela. Más aún allá donde el propio PSOE tiene mayor implantación electoral, como es el caso de Andalucía o Extremadura. De hecho, la mitad del electorado socialista quiere que sus hijos vayan a clase de religión. Este estilo de presentar, un tanto agresivo, cosecha ciertamente más rechazos que apoyos.

Tampoco me agradan las declaraciones que sin matices y a brocha gorda, acompañan a la propuesta, que amenazan con la erradicación total de la religión de la educación, incluso en la enseñanza concertada. De los debates parece derivarse que el debate sobre la religión en la escuela es un asunto trasnochado, singular de España, del franquismo... Pero no es así. En trece estados de la Unión Europea, la religión es asignatura obligatoria. Lo que no es el caso de España, que está en el grupo de los otros catorce donde es materia optativa. La única excepción es Francia donde se propone como actividad extraescolar. Todos sufragan la asignatura de la Religión en las escuelas.
Quiero destacar dos experiencias de política comparada, en las que la religión es obligatoria y donde, por cierto, no hay concordatos. La del Reino Unido, basada en la idea de una formación integral que debe incluir también la formación en la dimensión espiritual. Es el propio Gobierno británico con su inspección educativa, el que exige a las escuelas dar respuesta a esta competencia a través del currículo y otras actividades a esta formación.
Otra experiencia de la que aprender es la de Finlandia, el sistema educativo más admirado, donde la enseñanza religiosa es cultural; pero no aséptica, sino en conformidad con la concepción propia de un país occidental de tradición luterana (80%). Allí, para enseñar religión, se exige un Master pero no haber recibido la missio de la autoridad religiosa. No. El modelo no es Francia, que facilita la catequesis en sus aulas, como actividad extraescolar y que es a todas luces insuficiente para ayudar a convivir en una sociedad religiosamente plural. De hecho, a raíz del atentado de Charlie Hebdo está siendo revisada la posición tradicional. La ministra socialista de Educación Najat Vallaud-Belkacem ha planteado la necesidad de la enseñanza del hecho religioso en la escuela laica. La globalización y las sociedades multiculturales han movido definitivamente las coordenadas del debate. También en España tras el brutal atentado del 11-M fue creada la Fundación Pluralismo y Convivencia que, entre otras actividades, impulsó y sufragó la edición de libros escolares de religión islámica.
Es el momento de urgir un nuevo planteamiento. La creciente implantación de un modelo educativo basado en competencias, es una oportunidad para, desde la reivindicación de la inclusión de la competencia espiritual, innovar, de acuerdo con las nuevas demandas de los ciudadanos, la vieja asignatura de religión. Así pues, en lugar de atrincherarse en la defensa de un espacio en riesgo de guetificación, o de agitar la bandera de un laicismo excluyente y privatizador, es hora de situarnos proactivamente, dejar viejas batallas e ir a un nuevo pacto sobre el lugar de la religión en la escuela.
¿Puede normalizarse la enseñanza de la religión? ¿En qué dirección es posible el un pacto? Hay cuatro vectores sobre los que habrá de configurarse una nueva propuesta: 1) la base en la competencia espiritual y ética; 2) una orientación más cultural y menos doctrinaria; 3) un mayor protagonismo de las autoridades educativas en la definición del currículo, sin excluir la colaboración de las instancias religiosas; 4) la homologación de los profesores de religión con el resto del claustro; y 5) un fundamento constitucional, el art. 27.2, que dice que el fin de la educación es “el pleno desarrollo de la personalidad”.
Carlos García de Andoin director del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao

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