Aquella higuera que por no dar frutos
maldijo Jesucristo
sin pararse a esperar, sacrificándola
a una enseñanza dura para todos,
dio la leña más seca: las mejores
fogatas del invierno se encendieron
con sus resecos troncos y a su arrimo
se juntaron extraños, se bebía,
se inflamaba el amor de los esposos,
y los niños (ceñidos por su luz
con una túnica que Salomón
en todo su esplendor jamás vistiera)
reían sin motivo.
Alguna viga
también salió de aquella higuera inútil
y sostuvo una casa.
Y hecha barco
hubo una tabla que llegó hasta Tarsis
empapada de sal y de aventura.
Aquella higuera pobre, sólo sombra
y polvo, recibió una maldición
y en ese mismo instante fue bendita.
Cuántos
frutos la higuera. Siempre es tiempo.
Enrique García-Máiquez
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