INOCENTE

Se llama Romano Liberto van der Dussen. Ha pasado 12 años en la cárcel –desde los 30 a los 42–acusado de 3 violaciones que no cometió. El ADN le exculpa. Ver su rostro fatigado, triste, digno, ni siquiera permite imaginar lo que habrá sido el infierno de su vida en prisión. La implacable certeza de ser inocente y estar en la cárcel. El dolor de la familia lejana. La desesperación de ver que cada día que pasa es un día de libertad robada. La acusación incierta en ojos de quienes te desprecian como delincuente sexual, uno de los delitos más despreciados no solo fuera, sino dentro de las cárceles.

Parece ser que la prueba de ADN ya estaba en el circuito judicial desde 2007. Pero la lentitud de gestiones, apelaciones y burocracias ha hecho que durante 9 años su caso vaya de instancia en instancia hasta llegar al Tribunal Supremo. Y la libertad ni siquiera es completa, pues aún permanece la condena (cumplida) por dos de las tres violaciones de que se le acusaba, pese a estar claro que el violador fue el mismo hombre, y a que el ADN ya ha dejado claro que ese hombre fue un delincuente sexual encarcelado ahora en Inglaterra.

Y ante un drama así. Ante una tragedia personal, concreta, que ha afectado y destrozado la vida de un hombre y de su familia, fluyen a borbotones las preguntas. ¿Cuántas personas estarán así, injustamente condenadas? ¿Cuántos juicios prematuros, cuántas conclusiones precipitadas, cuántas pruebas cogidas con alfileres que alguien, en algún momento, utiliza para “quitarse un problema de encima” o acaso colgarse una medalla? ¿Cuántas veces en que la presunción de inocencia cae ante el empuje de urgencias, opinión pública o ganas de solucionar las cosas?

¿Qué pensarán ahora quienes facilitaron la detención y encarcelamiento de Romano? ¿Qué sistema judicial, o qué abogados, o qué jueces, hacen que se demore durante 9 años una excarcelación urgente? Las personas nunca somos números, piezas de un puzzle o de un problema. Cualquiera que, en su trabajo, trate con personas, tiene que recordar, con dolorosa delicadeza, que cada persona importa; cada momento; cada situación; y que no estamos aquí para destrozarnos la vida a base de indiferencia, automatismo o despreocupación. Solo la verdadera preocupación por el prójimo, la justicia y la verdad nos puede salvar de llenar el mundo de infiernos cotidianos.



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