
“Los apóstoles hacían muchos signos y
prodigios en medio del pueblo”. Así comienza la primera lectura de este domingo
segundo de Pascua (Hech 5,12). Ha comenzado el tiempo de la Iglesia. Los discípulos
del Señor hacen ahora visible su misericordia.
En realidad, la compasión de Dios se hace
visible en la curación de los enfermos. Es interesante observar que la gente
que se acercaba a los apóstoles deseaba que al menos la sombra de Pedro cayera
sobre los pacientes que les acercaban.
Tambien hoy la humanidad sufre en su cuerpo y
en su espíritu y busca por todas partes un alivio a sus ansias y dolores. Podemos
preguntarnos si también el paso de los cristianos de hoy aporta una respuesta a
las expectativas de la humanidad.
Con el salmo responsorial agradecemos haber
sido aliviados de nuestros males: “Dad
gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117)”.
LOS CONTRASTES Y LA MISERICORDIA
El evangelio nos recuerda dos momentos de la
revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20, 19-31). El texto parece
jugar con diversas contraposiciones. Es como si intentara ofrecernos una
pintura que se configura con un fuerte claroscuro
- En primer lugar se contraponen el miedo y
la alegría. Tras la muerte de Jesús, los discípulos están todavía atemorizados.
Pero el descubrir a Jesús presente en medio de ellos, los llena de alegría.
- En segundo lugar observamos que el miedo
los mantiene paralizados y con las puertas cerradas. Pero el aliento de Jesús
los exhorta a salir a la calle. Los encerrados, se convierten ahora en los
enviados.
- En tercer lugar, intuimos que los discípulos
no han superado el sentido de culpa por haber abandonado a Jesús. Pero el
resucitado no vienen a reprenderles su falta. Al contrario, los convierte en
ministros del perdón y de la misericordia.
LA PROTESTA Y LA FE
Con
frecuencia oímos calificar a Tomás como “el incrédulo”. Pero olvidamos que fue
precisamente él quien había desafiado a los otros discípulos a seguir al
Maestro: “Vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16). Tomás tenía fe
para aceptar la muerte. ¿Es que ahora no
tiene fe para aceptar la vida? Habrá que repensar sus palabras y las del Señor.
• “Si no veo la señal de los clavos…, no
creo”. Esas palabras no delatan la incredulidad de Tomás. Son una protesta
personal contra los que aplauden la luz sin haber aceptado la cruz.
• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino
creyente”. Las palabras de Jesús se dirigen a Tomás y a todos nosotros. Ni
incrédulos, ni crédulos. Se nos pide la seriedad de los creyentes.
• “Señor mío y Dios mío”. Tan sólo la
declaración de Pedro puede compararse a esta confesión de fe que el Resucitado
suscita en quien estaba dispuesto a seguirlo hasta la cruz.
• “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Sólo en eso podemos superar la valentía y la coherencia de Tomás. Él creyó por
las llagas. Nosotros nos apoyamos en la fe del que creyó.
- Señor Jesús, como nos ha dicho el Papa
Francisco, tus llagas son un signo permanente del amor misericordioso de Dios.
Que ellas nos ayuden a descubrir, celebrar y confesar su misericordia. Amén.
José-Román
Flecha Andrés
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