Mirar el mundo desde el Corazón de Cristo, es entonces, una invitación a querer que nuestra mirada se ensanche, se deje empapar por su forma de amar, de mirar y acercarse a la humanidad, es querer que sus preferencias sean las nuestras.
El Corazón de Jesús mira con compasión y ternura, así contempla y acoge toda la vida humana, nada queda fuera de su mirada, nada de lo humano le es ajeno, entran ahí los dolores más hondos y las alegrías más grandes. Eso hace que Jesús se sobrecoja ante el dolor de muchos y también goce y haga suya la alegría de tantos.
El corazón de Jesús tiene una mirada amplia, inclusiva y acogedora; donde todos tenemos cabida sin exclusión de ningún tipo: ni raza, lengua, credo, orientación sexual, género. Es una mirada que nos acoge con toda nuestra historia, llena de fragilidades y fortalezas, una historia muchas veces herida.
El Corazón de Jesús tiene una mirada misericordiosa, que acoge nuestra vulnerabilidad, no se escandaliza. Nos reconcilia con nosotros mismos y con los demás, ayudándonos a rehacer lazos e invitándonos a ser mujeres y hombres sanadores de heridas.
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