¡La voluntad de Dios! Pocas expresiones hemos manipulado, traído y llevado como ésta. Demasiadas veces hemos querido reducir a mandamientos, leyes, órdenes y normas. Demasiadas veces hemos creído ver en ella una jaula para nuestra libertad o unos estrechos raíles para no salirnos ni descarrilar la vida. Demasiadas veces hemos recurrido a ella para justificar lo injustificable o para apelar a la resignación...
Sólo Jesús sabe qué es lo que Dios quiere, sólo él posee el secreto de cómo desea el Padre que hagamos su voluntad. Y cuando habla de ella, lo que nos dice es que esa voluntad del Padre es su alimento (Jn 4,34) y el alimento es aquello que da vida, fuerza, ánimo y crecimiento al ser humano, nunca algo que disminuye o empequeñece.
La voluntad del Padre es para Jesús algo deseable, algo que él va buscando apasionadamente, algo que le llena de alegría (Lc 10,21). Jesús ve la voluntad del Padre como un proyecto de filiación y fraternidad humana, un deseo ardiente, confiado a él, de que ninguno de esos hijos se pierda.
Por eso en el Padrenuestro Jesús nos ha enseñado a decir “Abba” antes de atrevernos a desear cumplir su voluntad, porque sólo aquel que se siente seguro puede poner los pies en las huellas de otro, sólo el que se sabe sostenido se atreve a confiarse en otras manos, sólo el que conoce el corazón de aquel que le llama a entrar en un proyecto, puede acogerlo no con la resignación obediente del esclavo, sino con la complicidad entusiasmada del hijo.
Cipe
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