MONSEÑOR BARRIO EN LA CATEDRAL EN ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN

Texto íntegro de la homilía de monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago

“Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gn 1,1). El es el origen de todas las cosas y en la belleza de la creación se despliega su omnipotencia de Padre bueno. Cuida todo lo que ha creado con amor y fidelidad (cf. Sal 57,11). De este modo, la creación se convierte en un lugar donde conocer y reconocer la omnipotencia de Dios y su bondad, y en una llamada a nuestra fe para que proclamemos a Dios como Creador.

Es posible leer el libro de la naturaleza y comprender su lenguaje; el universo nos habla de Dios que en seis días llevó a término la creación y el séptimo día, descansó. Después de la creación del hombre: “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno”. La acción creadora de Dios pone orden, infunde armonía, da belleza. El culmen de todo lo creado es el ser humano, el único “capaz de conocer y amar a su Creador” (GS 12). “Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y la estrellas que has creado, el salmista se pregunta: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?” (8,4-5). Nuestra pequeñez y caducidad conviven con la grandeza de lo que el amor eterno de Dios ha querido para nosotros. No somos Dios, no nos hemos hecho solos, somos tierra; pero también significa que somos la buena tierra, a través de la obra del Creador bueno, decía el papa Benedicto XVI. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27). “Llevamos en nosotros el aliento vital de Dios y cada vida humana está bajo la particular protección de Dios.
Ésta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana, contra toda tentación de evaluar a la persona según criterios utilitaristas y de poder”.

Nuestra referencia esencial es Dios. La tentación es construirnos el propio mundo para vivir. Pero cuando se distorsiona la relación con Dios, poniéndose en su lugar, todas las demás relaciones se alteran. El otro se convierte en un rival, el mundo deja de ser un jardín lleno de armonía para convertirse en un lugar de explotación y en una casa común llena de insidias ocultas (cf. 3,14-19): la envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre. Este al ir contra su Creador, en realidad va en contra de sí mismo, reniega de su origen y por lo tanto de su verdad; y el mal entra en el mundo, con su triste cadena de dolor y de muerte. “Respetar la creación no significa solamente proteger y cuidar la tierra, el agua y los otros componentes del mundo natural. Consiste también en expresar el respeto por los otros seres humanos que comparten estos dones y son también responsables de los mismos”.

La experiencia del Dios Amor abre siempre a una vida virtuosa. El reconocimiento de Dios como sumo Bien exige al hombre dejar de considerarse como centro, abandonar el espíritu de posesión y dominio, ser desprendidos, generosos, amantes de la naturaleza y sencillos.

San Pablo nos dice que la creación entera está sometida a la frustración, a la esclavitud de la corrupción, que toda ella gime con dolores de parto, y que también nosotros que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestro cuerpo. El verdadero mal para el hombre está en el vano intento de la autosuficiencia con que normalmente pretende planificar su vida a espaldas de Dios creador y redentor. Esta actitud es el gran pecado en nuestros días, no permitiendo a Dios “que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero”. Nuestra misión en el tiempo no es posible marginando a Dios revelado en Cristo que encarna y personifica su misericordia, y que nos sostiene en medio de las tempestades.

“Vivir la fe quiere decir reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de criaturas dejando que el Señor la colme con su amor y así crezca nuestra verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un misterio que queda iluminado por la luz de la fe, que nos da la certeza de poder ser liberados de él, la certeza de que es bueno ser hombre”.


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