Hemos hecho ya un camino largo en el tiempo litúrgico de la Pascua. A estas alturas corremos el peligro de que, después de la euforia de estos días de resurrección, renovación y alegría, caigamos en una actitud monótona ante la vida: que el fuego del resucitado poco a poco vaya perdiendo fuerza.
Ante este peligro estamos invitados a escuchar la voz del Señor que nos dice: “Permaneced en mi amor”... (Jn 15, 9). Esto exige de nosotros una actitud de discernimiento: ¿qué significa permanecer en su amor?
Es necesario que vivamos con atención a lo humano, a lo real, siendo conscientes de nuestras motivaciones, relaciones, etc. Pero que esas actitudes tengan una mirada creyente y esperanzada sobre lo que nos acontece, poniendo amor en todo, dejando que el resucitado llene todas las dimensiones de la vida. De esta manera permanecemos en su amor y su amor en nosotros. Así, la pascua se convertirá en motor de nuestras vidas.
Ante este peligro estamos invitados a escuchar la voz del Señor que nos dice: “Permaneced en mi amor”... (Jn 15, 9). Esto exige de nosotros una actitud de discernimiento: ¿qué significa permanecer en su amor?
Es necesario que vivamos con atención a lo humano, a lo real, siendo conscientes de nuestras motivaciones, relaciones, etc. Pero que esas actitudes tengan una mirada creyente y esperanzada sobre lo que nos acontece, poniendo amor en todo, dejando que el resucitado llene todas las dimensiones de la vida. De esta manera permanecemos en su amor y su amor en nosotros. Así, la pascua se convertirá en motor de nuestras vidas.
E Ignaciana
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