¿PRIMERAS COMUNIONES CIVILES?

Cuando se quiere tener todo, al final se termina cayendo en el absurdo. Las “comuniones civiles” son un absurdo. Lo son, porque la comunión es, por sí misma, algo religioso. El matrimonio puede ser civil, pues no tiene la Iglesia el patrimonio de la unión familiar, aunque le ponga sus acentos. Pero la comunión es la participación en la eucaristía. Y celebrar el momento en que un niño o niña hace la primera comunión como un día señalado es expresión de la trascendencia que, desde la fe, se le da a ese momento.
O esto debería ser. Porque la verdad es que, desde hace décadas, y para desesperación de párrocos, catequistas y creyentes que se toman en serio lo que se celebra, las comuniones religiosas se han convertido –en un porcentaje muy alto de los casos- en una celebración de tontería paterna y exaltación al menor, agasajado con infinidad de regalos y arrumacos. Pero una celebración donde se está a todo menos a lo que de verdad se celebra (y para muchos, la primera comunión es la última).
Muchos no creyentes mantenían estas celebraciones por una mezcla de comodidad, de deseo de que sus hijos no fueran menos, y de presión familiar. Absurdo, pero real. En ese sentido, a mí me parece fenomenal que firmemos el acta de defunción de ese tipo de comuniones sin alma.  Y si para ello hay que buscar alternativas para que los pequeños príncipes no se sientan menos, hágase. Pero que conste que:
  • Primero. Es absurdo construir la infancia de los niños a base de celebraciones sin contenido.
  • Segundo. Es un poco penosa la falta de “imaginación civil”. ¿De verdad no hay nada más creativo que “comuniones civiles”? Llamadlo “paso a la adolescencia”, “rito de abandono de la infancia” o “exaltación de mi niño”. Pero, ¿de verdad que no hay más ideas que mantenerlo como comunión civil?
  • Tercero. Esta es una buenísima ocasión para los agentes de pastoral para recuperar lo que de verdad sí es una comunión religiosa. Y al que no le interese, va a tener cada vez más alternativas en los juzgados, ayuntamientos, restaurantes y demás interesados en mantener el circo. Es una ocasión para incidir en el verdadero sentido de las comuniones.
Y acabar con tanta tontería.
                                                                       José María Rodriguez Olaizola, sj

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