LA DISCAPACIDAD INTELECTUAL Y JESÚS DE NAZARET

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¿Cómo abordar la discapacidad desde una posición que trata de seguir la estela de Jesús de Nazareth?

Nos basta con abrir el evangelio. Está plagado de ejemplos, alusiones, actos reales y directos de atención a las personas que muestran dificultades, limitaciones. Tan reales y directos que se consideran milagros. Y por si alguien lo duda, ahí está el “Venid benditos de mi Padre, porque...”.

Alguien comentó una vez: «Hoy Jesús añadiría: ‘Ven bendito de mi Padre, porque yo no sabía cómo aprender a hablar y a leer, y tú me enseñaste’». Atender a las que hoy llamamos “personas con discapacidad” es, por tanto, el mandato más pertinaz y constante del evangelio; es un imperativo. Si esa discapacidad afecta, además al intelecto, a las capacidades cognitivas y adaptativas, es la vida misma de la persona y su proyecto de vida los que conforman su debilidad y la dependencia que desarrollan respecto a nosotros. Por eso nos urge tanto.

Un creyente que no asuma esta realidad y la incorpore en su vida real está virtualmente apostatando de su fe. Esa es la razón de que resulten desgarradores los ejemplos de instituciones eclesiales que cierran sus puertas o limitan la acogida de escolares en sus centros educativos. Y por eso resultan tan luminosas aquellas otras que centran su ideario y su praxis en el servicio a los más débiles. No nos engañemos: no es cuestión de emociones sino de proyectos.

La contemplación del Jesús que sana —que se preocupa y hasta destruye la regla suprema del sábado a la hora de atender a los débiles— es un grito a favor de la dignidad humana. Quien lo asume reta a las propias reglas de la evolución biológica porque contribuye a que no pervivan sólo los más fuertes. Nos salvamos juntos.

No quiero dejar de comentar otro aspecto que suele ser soslayado con frecuencia: la capacidad de la persona con discapacidad intelectual para forma parte como miembro efectivo de la comunidad de Jesús. Aunque es un tema que abarca muchos matices, resulta emocionante constatar su capacidad de captar lo inefable. En cualquier caso, la filiación divina no es un premio al esfuerzo intelectual sino un don absolutamente gratuito.

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