En el País Vasco se produce un suicidio cada dos días, en España, cuatro mil personas al año deciden cesar en su existencia, en el mundo un millón de personas ponen fin a su vida. (Y las estadísticas dicen que el intento de suicidios hay que multiplicarlo al menos por 10).
Cuando una persona quiere cesar su existencia y recurre a los medios que le puedan proporcionar el punto final a su caminar, ese tal en su desesperación presupone la esperanza y está gritando sin palabras: mi vida no tiene salida, pero sufro por ello y quisiera encontrarla, pero de momento no veo otra ventana que terminar.
La desesperación es causa de enorme sufrimiento y angustia, porque se intuye la esperanza, pero no aparece el camino. Existe la otra orilla, pero no tenemos ni tendemos puentes; no vemos cielos abiertos, ni caminos, ni luz, ni salidas de nuestra persona hacia su cumplimiento. La esperanza es una nostalgia infinita. La esperanza es como el agua que siempre busca salida y si no se abren cauces y ríos, termina por reventar donde se encuentra.
De ahí que la vida se ha convertido para muchos de nuestros conciudadanos un sepultar la esperanza en el más profundo de los abismos. ¡Que no aflore la esperanza! Y si brota, mejor sofocarla. Vivir significa estrangular la esperanza. Vivimos en el club de los proyectos vivos y las esperanzas muertas. Pero se vive. Ahora bien solo se puede vivir humanamente en esperanza, no meramente con proyectos. In spe erit fortitudo vestra: En la esperanza está vuestra fortaleza, (Is 30,15). La desesperación con sus trágicos flecos pretende evitar los desengaños al ser humano. De ahí que algunas corrientes, como New Age, pretendan vivir en un "nihilismo sedado": no hay nada que esperar, pero tampoco hay motivo de sufrimiento. Pensemos con lucidez y dejemos de esperar.
El desesperar de la desesperanza no necesita siquiera presentar un semblante desesperado. Puede ser también la simple y silenciosa ausencia de sentido, de perspectiva, de futuro y de objetivos. Puede mostrar el aspecto de la renuncia sonriente: Bonjour tristesse.
Otras modalidades de amortiguar la esperanza son el convulsivo consumismo como conjunto de ritos que prometen la felicidad, así como la búsqueda neurótica del placer como anticipo de la "vida eterna" en el presente.
Posiblemente Occidente está dejando a pasos agigantados de ser cristiana no tanto por los devaneos de tipo ético entre homosexualidad, abortos, divorcios, etc., sino por una brutal falta de esperanza, que nos están sumiendo en un tedium vital, que es algo de lo que se preguntaban en la obra de Bertold Brecht: ¿y ahora que somos felices, qué hacemos? El gran problema del capitalismo es que la gente no se entere que se aburre, de modo que no retoñe la acedia, la apatía. En el fondo el capitalismo de la postmodernidad es el tanatorio de la esperanza muerta.
Cuando la esperanza no se abre a nuevas e insospechadas posibilidades, termina hastiando al personal en las estanterías de las "grandes superficies", de las agencias de viaje, sumiéndolo en el aburrimiento y desgana, cuando no tendencias al absurdo.
Desde que Nieztsche liquidó a Dios, ya no hay esperanza, porque la verdad es esa, un hombre, una mujer de nuestro tiempo no tiene nada que esperar. "Quien piensa lúcidamente no tiene motivos ya para esperar". Ahora bien, ¿el pensamiento sin esperanza es lúcido? Ciertamente la desesperanza causa infinitos y serios problemas a la existencia humana.
Ni en la presunción ni en la desesperación, sino sólo en la esperanza perseverante y cierta, reside la fuerza de la renovación de la vida. Ya lo vio con claridad Isaías: In spe erit fortitudo vestra (Is 30,15). En la esperanza está vuestra fortaleza.
La prepotencia de quien pretende tener en su mano el futuro de la esperanza y la desesperación tratan de alimentarse de la esperanza, pero solamente la esperanza es la que se toma en serio las posibilidades que atraviesan la existencia y la realidad. La esperanza no permanece enclaustrada en la realidad tal y como se nos presenta, sino que camina a través de ellas anunciando y anticipando el futuro pleno que a través de ellas se nos pronostican (tomando este término en el sentido más estricto: pro-nous: conocimiento previo).
Quizás no estamos lejos de la transcendencia del ser humano que desde su propia vida trata de buscar la "otra orilla". Cuántas realidades de la vida nos abren hacia el "horizonte absoluto, como gustaba de decir K. Rahner. El cuidado de un niño, de un enfermo, el amor de una pareja, la amistad, la contemplación de una puesta de sol, una música, la poesía, son brechas que nos abren y nos hablan de un futuro insospechado e infinito. Las esperanzas y tales anticipaciones son experiencias que nos permiten atisbar realmente el horizonte absoluto. Y tales experiencias "vividas vívidamente" dinamizan la existencia, nos ponen en movimiento y dan valor a los caminos humanos.
Tomás Muro
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