LA PRIMERA PALABRA DE LA REGLA BENEDICTINA: LA ESCUCHA

La clave para evitar la distracción… ideada por un monje del siglo VI

Michael Rennier 26 sep 2017

No te parece que a veces hablamos sin escucharnos? Incluso en conversaciones amistosas, a veces noto que simplemente estoy esperando una pausa para poder interponer un nuevo tema de conversación con el que poder ser el nuevo centro de atención. En otras palabras, no me muestro tan dispuesto a prestar atención a lo que los demás dicen como a lo que yo quiero decirles.
La cosa empeora cuando hablamos con desconocidos o cuando debatimos sobre un tema polémico. Hablamos los unos a los otros, no los unos con los otros, y nos distraemos con nuestras propias ideas preconcebidas. ¿Cómo podemos distraernos menos y ser más atentos, interesarnos más y ser más abiertos a las opiniones y preocupaciones de los demás?
San Benito se planteó la misma pregunta. Después de todo, estaba tratando de crear un entorno centrado, pacífico y familiar para un grupo de monjes revoltosos que, aunque habían entrado en un monasterio, seguían teniendo sus dificultades con la vida comunitaria. De hecho, en su “regla de vida” para sus hombres empieza abordando este mismo tema.
Esta es la primera palabra de toda la Regla benedictina: Escucha.
Benito escribe: “Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón”. Al comienzo de toda conversación o empresa, antes de actuar o hablar, el mejor inicio es guardar silencio por un momento y escuchar. Podemos escuchar a otras personas, pedir consejo o escuchar palabras duras que, aunque no nos gusten, son importantes. O podemos escuchar a Dios, disipar las distracciones, asegurar que hemos considerado todas las opciones o consultar con la almohada una gran decisión”.
“Básicamente, escuchar supone dedicar tiempo a oír de cierta manera, con una actitud de recepción y un compromiso a atender con todo tu ser al proceso, según escribe Benito, “inclinando el oído del corazón”.

Es un gran consejo, porque los obstáculos nos rodean por todas partes, así que tenemos que poner intención si queremos superarlos. De hecho, mientras escribo estas palabras estoy escuchando música en mi ordenador, comprobando mensajes aleatorios en mi móvil y pasando de una pestaña a otra para echar un ojo a mi correo electrónico (vale, ¡ya lo he cerrado todo!).
Incluso cuando hablo con un amigo, la tentación de echar mano lentamente al bolsillo, coger el teléfono y echar un rápido vistazo para ver si ha llegado algún mensaje es casi irresistible. La distracción nos acompaña 24 horas al día e, incluso cuando conseguimos centrarnos, quizás no nos guste lo que escuchamos, como cuando estamos ante perspectivas conflictivas o cuando tenemos el corazón encogido porque hay que hacer lo correcto aunque no nos resulte beneficioso.
Por eso Benito habla de escuchar con “obediencia” y, en el contexto de los monjes en el monasterio, señala la importancia que tiene escuchar al “Padre”. En otras palabras, un primer paso importante es dejar al margen el ego.
Poner nuestro ego a un lado y atender a una persona con todo nuestro corazón implica la voluntad de centrarnos no solo en aquellos que ya se han ganado nuestro respeto, sino también de mantener una actitud general de apertura. Por esta razón, siempre que hay que decidir algo de importancia, Benito instruye a sus monjes: “El abad convocará toda la comunidad (…). Y hemos dicho intencionadamente que sean todos convocados a consejo, porque muchas veces el Señor revela al mis joven lo que es mejor”.
No juzgues la fuente. Benito llega incluso a recomendar escuchar a desconocidos cuando dice que si un visitante “hace alguna crítica o indicación razonable con una humilde caridad, medite el abad prudentemente si el Señor no le habrá enviado precisamente para eso”.
Todo esto es un consejo fantástico para un tipo como yo, que definitivamente necesito practicar eso de escuchar con más atención y atajar las distracciones de mi vida para usar mejor todo mi corazón en el discernimiento del próximo paso hacia adelante.
También es un consejo fantástico para nuestra sociedad en general, ya que cada vez participamos más en el debate público sobre cuestiones polémicas. ¿No sería estupendo si todos dejáramos de hablar encima de los demás y nos detuviéramos de verdad a escuchar? Quién sabe qué mentes cambiarían o qué consensos se alcanzarían, pero incluso si no hay resultados prácticos inmediatos, siempre estará el conocimiento de habernos escuchado mutuamente de verdad, quizás por primera vez.

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