Orar es permanecer en silencio ante Dios y decir, como Samuel: ‘Habla, Señor, que tu siervo escucha' (15am 3,19).
¡Qué importante es estar a la escucha del Señor que habla! Aunque a veces haya otros, los del mal, de la injusticia, de la autosuficiencia, que parecen ahogar la voz de Dios, ¡qué grande es que haya personas que sigan fieles, esperando la palabra del Señor!
Para poder dialogar con el Señor es necesario escuchar. No podemos ni sabemos decirle a Dios nada que El no nos haya dicho. Él, como un padre, pone sus palabras en nuestro corazón, para que sepamos dirigirnos a Él.
'Escucha Israel' es la fórmula con que constantemente interpela Dios a su pueblo. Escuchar al Señor supone esfuerzo, atención, deseo profundo de recibir la Palabra de Dios (Lc 2, 51).
Dios no solo habla con palabras. También habla por medio de los acontecimientos: leer con ojos de fe lo que nos pasa es escuchar al Señor, que se revela en la vida. Escuchar al Señor supone reconocer su voz, discernir su voz entre tantas voces como constantemente nos hablan (el orgullo, los prejuicios, la ira, los miedos) y que a veces terminan ahogando la Palabra del Señor y haciendo que se embote nuestra mente.
Escuchar, obedecer (que viene de 'oír') y seguir su voz: 'Las ovejas siguen al Pastor porque conocen su voz' (Jn 10,4).
Escuchar es estar con el Señor, permanecer con Él, ser uno con Él, pertenecerle por completo.
La más pura oración -la oración silenciosa- es el latir de un corazón purificado que se queda en silencio ante Dios, a su escucha, a la espera.
Cipecar
Cipecar
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