Vivimos en un mundo donde parece que todo suceda demasiado rápido. Las responsabilidades cotidianas, las relaciones sociales, nuestras ganas de crecer y seguir caminando, incluso siendo buenas, pueden crear en nosotros ciertas dinámicas vertiginosas, que nos sumen en un ritmo de vida veloz, trepidante y, en no pocas ocasiones, peligroso.
La vida, sin lugar a dudas, está hecha de tiempos donde es necesario apresurar el paso; sin embargo, es bueno que, habitualmente, busquemos un ritmo que propicie tiempos de silencio, espacios íntimos, que nos acerquen a Aquel que siempre nos acompaña en nuestro caminar. Solo así aprenderemos a integrar las diferentes dimensiones de nuestra vida, y a ir ordenándolas, tratando de elegir siempre aquello “que más nos conduce para el fin que somos criados”
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