¿DE QUÉ SE VISTE EL DIABLO?


















¿Irá en vaqueros desteñidos y alpargatas? ¿Acaso se vestirá de Dior... o de Prada, de Balmain, de Agatha…? Me viene a la mente estos días la película (el libro no lo leí) sobre la moda y sus tentáculos. Porque ahora que se multiplican las entregas de premios de cine y las alfombras rojas, empiezan también los reportajes sobre los mejor y peor vestidos (y, sobre todo, vestidas; que, hoy por hoy, la moda femenina da mucho más juego y variedad, por más estilosos que sean los esmóquines). “¿De qué vas hoy, Penélope?” “De Armani Privé”, contesta la aludida, sonriendo con estudiada timidez.

No voy a decir que la moda no importe. Es un negocio que mueve millones –que se lo digan a Amancio Ortega, el 3º hombre más rico del mundo gracias al prêt-à-porter que universaliza la alta costura–. A veces uno se pregunta qué sentido tienen ciertos desfiles donde se ve a las modelos llevar trajes tan estrafalarios que parecen una broma. Y la explicación parece estar en que lo importante no es exactamente esa prenda u otra, sino las tendencias… este año volantes, el año próximo cortes lisos, hoy pantalones pitillo, y mañana volúmenes holgados. Ahora se llevan los azules, mientras que el turquesa será lo más este verano y el vainilla se lucirá en otoño.

Pese al título del artículo, no pretendo demonizar la moda. Tiene que ver con los gustos, con la variedad, incluso diría con la necesidad que tenemos de cambiar (necesidad artificial, pero como tantas otras). Tiene que ver con el paso del tiempo. Tiene que ver con el consumo que es motor del sistema económico en el que vivimos. Pero habrá que colocar cada cosa en su lugar.Porque si el precio de tanto cambio es que los talleres estén en “paraísos” laborales donde los más débiles trabajan por nada, ahí el demonio da el primer zarpazo. Si el consumo cruza la difusa línea hacia el consumismo en el que ya se deja de valorar lo que se tiene para sucumbir al imperativo del cambio por el cambio, ahí tenemos otro zarpazo. Y si encima todo esto genera una presión por la imagen, la delgadez y las tallas que esclaviza a las personas, encadenándolas a modelos imposibles, zarpazo número tres.

Ante la duda, mejor revestíos de compasión y poneos la toalla a la cintura para servir al que más lo necesite. Fue el consejo de dos diseñadores llamados Paolo & Giovanni. ¡Eso sí que es calidad! (aunque claro, ellos aprendieron en el taller del mejor Maestro).

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