CON MARÍA EN EL CAMINO DE LA CUARESMA

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Primer sábado de marzo con María en el corazón. Recorro junto a Ella el camino de la Cuaresma. La Virgen, obediente a la voluntad del Padre, se dirige también hacia la cruz y lo hace como modelo de creyente que medita en lo íntimo la Palabra del Padre. María, en su misión de Corredentora, con certeza recordará las palabras de Simeón de que «una espada de dolor te atravesará el alma por ser Tu Hijo signo de contradicción». María asume en la oración la misión encomendada por Dios y lo medita todo en la intimidad de su corazón.

La Cuaresma de María se prolongó toda la vida de Cristo. Fueron treinta y tres años de travesía y de profunda preparación y de cercanía con Jesús. Una catequesis de silencio, de entrega, de renuncias, de discreción, de servicio, de compromiso. Ella recorrió este camino cuaresmal aceptando los compromisos inherentes a su «Sí» a Dios. Y en el momento cumbre, decisivo para la misión de su Hijo, pudo mantenerse firme a los pies de la Cruz. No lo hizo únicamente como Madre desgarrada por el dolor sino con una entrega absoluta, como parte de su ofrenda al Padre. María no fue un personaje más en el cuadro del Gólgota, fue un personaje crucial en los trazos de la Pasión. Y esta es la enseñanza que obtengo hoy de María: su preparación hacia la Pascua.

María profundizó cada día de su vida el profundo sentido de la Pasión de Cristo. Preparó su corazón y su alma en el desierto de la Pascua. Fue fiel a su compromiso con el Padre. Fue auténtica en su ofrecimiento de las ofrendas de su vida. Y eso le permitió entrar más a fondo en los sufrimientos de Cristo. Y es lo que deseo hacer yo en estos días de Cuaresma. Tener la actitud de María, responder con mi «Amén» a la voluntad del Padre, transformar con mis silencios los «Hágase» para Dios en mi vida, aferrarme con paz y serenidad a los planes que Él me tiene encomendados, crecer en la fe para no caer en el desaliento ni en la frustración, darle sentido con mi oración callada a la vida, responder a los interrogantes que se me plantean con un total abandono. En definitiva, como María, que nada perturbe mi fidelidad a Cristo, mi unión con Jesús en el siempre difícil camino de cruz. No hay santidad sin prueba. No hay amor sin fidelidad. No hay entrega sin voluntad. Y en esto María es el espejo en quien mirarme en esta santa Cuaresma.

Orar con el corazón abierto

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