“¡Oh, Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo” (Lc 18,11-12).
El Espíritu, para discernir nuestra oración, nos pregunta: ¿Os veis como justos? ¿Os sentís seguros de vuestra conducta? ¿Despreciáis a quienes no viven como vosotros? Recuerda que el Dios de Jesús aprecia al que se ve miserable y no tiene otro agarradero que la misericordia.
Suba nuestra oración a ti, Señor, como un homenaje a la verdad, como la auténtica voz de nuestro corazón.
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