ORAR CON MARÍA

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María es la mujer de la esperanza. Todo su ser se abrió a la acción de Dios. José es invitado a pasar del temor a la esperanza. Más allá de la muerte, María espera en la actuación de Dios. Mientras llega la luz, se mantiene como centinela aguardando la aurora. La esperanza alcanza todas las rendijas del corazón de María, donde han penetrado la pena y la tristeza. Ahí, en su fondo, el gozo empieza su camino para terminar explotando con un Aleluya gozoso que se oirá en toda la humanidad.

María profundizó cada día de su vida el profundo sentido de la Pasión de Cristo. Preparó su corazón y su alma en el desierto de la Pascua. Fue fiel a su compromiso con el Padre. Fue auténtica en su ofrecimiento de las ofrendas de su vida. Y eso le permitió entrar más a fondo en los sufrimientos de Cristo.

Eso es lo que deseo hacer yo en estos días santos. Tener la actitud de María, responder con mi «Amén» a la voluntad del Padre, transformar con mis silencios los «Hágase» para Dios en mi vida, aferrarme con paz y serenidad a los planes que Él me tiene encomendados, crecer en la fe para no caer en el desaliento ni en la  frustración, darle sentido con mi oración callada a la vida, responder a los interrogantes que se me plantean con un total abandono. En definitiva, como María, que nada perturbe mi fidelidad a Cristo, mi unión con Jesús en el siempre difícil camino de cruz. No hay santidad sin prueba. No hay amor sin fidelidad. No hay entrega sin voluntad. Y en esto María es el espejo en quien mirarme en esta santa Cuaresma.

Cipecar



















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