Los que nos consideramos creyentes vivimos a menudo, como los discípulos del evangelio, «al anochecer», «con las puertas cerradas», llenos de «miedo». Estamos inmersos en la vieja creación. Nuestras comunidades están a veces replegadas, ocultas, sin dar testimonio.
Necesitamos que el Señor se haga presente y debemos reconocerlo por tres signos: la donación de la paz (hay que desterrar los conflictos), el soplo creador (hay que infundir aliento de vida) y los estigmas de Jesús (el sufrimiento por los otros es huella redentora). Jesús es el centro de la comunidad de creyentes testigos.
Pero la reunión termina cuando la misión comienza. El Señor nos invita a ser creyentes, con todas las dificultades de «ver», a ser testigos de reconciliación en un mundo dividido e injusto y a compartir la «vida» donde se dan sombras de muerte.
Casiano Floristán
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