No son trovadores, embaucadores ni soñadores. No hablan por hablar. Pero sus voces siguen resonando hoy. Algo ocurrió en Jerusalén. Y en tantas otras Jerusalenes de nuestro mundo. Algo tan especial que hizo que el pánico se convirtiera en coraje, el dolor en dicha, la derrota en triunfo.
Son los testigos de la VIDA. Testigos de una presencia que inflama los corazones. Portavoces de una forma de ser y de vivir que atraviesa la muerte. Son los testigos que, con su vida entregada de mil maneras y en muchos tiempos y lugares, nos abren los ojos, nos inquietan y cautivan… Como aquellas primeras mujeres. Como tantos otros después. Y cuando les vemos y les escuchamos, aflora la esperanza.
Pastoralsj
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