DESGARRO AL DECIR ADIOS



Llega el fin de una etapa: el erasmus, la carrera, bachillerato, el equipo… Y te vas, o simplemente te quedas, pero es otro el que se va de tu vida.

Has creado unos lazos que ahora quedan en el aire con la distancia. Te despides y una sensación extraña te embarga, sintiendo cierto vacío porque el otro ya no va a estar ahí para ti, y ya no podrás vivir esos momentos que te daban vida.

La siguiente historia no quita el dolor de la despedida, pero sí que le da un sentido.

Como jesuita me toca encarar un nuevo destino con los años. Te vuelcas totalmente con la gente creando unos vínculos especiales y cuando eres un referente para algunas personas y las quieres como un familiar, te toca despedirte. En ese momento el corazón se desgarra un poco.

Pero entonces, te vienen a la cabeza las palabras de Pedro Casaldáliga: «Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres».

Y recuerdas que el corazón es un músculo, que duele cuando lo usas intensamente y tiene que crecer. Te das cuenta que no es un desgarro lo que sentías, sino algo mejor. Te dolía el corazón porque está creciendo, mucho y rápido, para albergar toda la gente que te llevas y poder acoger también a los que te encontrarás en el nuevo destino. 
Te dolía el corazón porque estás amando.

Como le dijo el Zorro al Principito: «Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante. Y además, mira ! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte…»


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