Dios trabaja y actúa en toda su Creación, por medio de su Espíritu vivificante. Es el mismo Espíritu que acompaña a Jesús durante su vida terrena, trayendo la salud a los enfermos, la alegría a los tristes. El mismo Espíritu vivificante que resucita a Jesús de entre los muertos. El mismo Espíritu que Jesús da a sus seguidores para que continúen llevando la vida al mundo.
Hoy, el Espíritu está aún revoloteando sobre los lugares oscuros, dirigiendo a las personas hacia Jesús, transformándoles y dándoles poder para que puedan amar a Dios y a los demás. Y la esperanza de los cristianos es que el Espíritu va a terminar el trabajo, llevándonos hacia una nueva humanidad, en un mundo nuevo, impregnado del amor de Dios y la vida que da el Espíritu.
La llamada ahora es a descubrir la acción de Dios, el Espíritu de Jesucristo en los lugares más recónditos, esos a los que nunca podremos ya llamar “dejados de la mano de Dios”.
E ignaciana
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