FIESTA DE SANTA CLARA DE ASÍS


Mujer de su tiempo y de hoy, nos convoca a vivir el Evangelio.

Para entender los rasgos fundamentales de la vida de Clara, es necesario partir del recuerdo, al menos rápido, del estilo de vida social, política y religiosa de la pequeña ciudad de Asís, en torno a la cual se desenvolvió toda la historia de nuestra santa.

Como hija mayor de una de las pocas familias nobles de Asís, vivía en el palacio contiguo a la parroquia, frente a la plaza.Fuera del palacio, la ciudad estaba atravesando unos cambios rápidos. El crecimiento demográfico económico y social imponían nuevos modelos culturales y nuevas jerarquías de valores.

La búsqueda de una alternativa

El momento más intensamente dramático de Clara fue, quizás, lo que ella llamó más tarde “conversión”. Francisco prefirió llamar al suyo “comenzar a hacer penitencia”, o sea, el paso de la vida en la casa del padre a una vida nueva, ajustada a un estilo y a una regla jamás experimentadas hasta entonces.

Sin duda, Clara había quedado impresionada por la opción de Francisco. La pobreza extrema de este joven había impactado a la joven de familia noble. Clara, como su madre Ortolana, también se había comprometido con obras de misericordia. No quiere limitarse a dar limosna: opta por compartir su vida.

La familia de Clara echará la culpa a Francisco del escándalo de la opción de Clara. La misma Clara pone de relieve el papel de Francisco como fundador de su comunidad y como padre de su propia opción de vida. Pero cuando ella habla de los comienzos de su nueva vida, como en el Testamento, dirá sin rodeos: “Una vez que el Altísimo Padre celestial… se dignó iluminar mi corazón… para que hiciese yo penitencia, enseguida de mi conversión, voluntariamente le prometí obediencia” (Test. Cl. 24.25), por tanto, nadie la había obligado, exigido o coaccionado.

Para Clara, como lo era para Francisco, la pobreza no es una simple virtud, aunque fuera la virtud más importante: la pobreza era una condición de vida, un presupuesto previo absolutamente fundamental para realizar su ideal religioso. Por eso cuando Clara se presenta a las puertas del monasterio aristocrático de San Pablo de las Abadesas, pidió ser recibida, no como monja, sino como sierva, como lo requería su nueva condición social..

La conversión de Clara es el momento en el cual su relación con Francisco alcanzó quizás la máxima densidad. Sin Francisco, Clara no habría optado por romper con su familia; sin Francisco no habría podido imaginarse un radicalismo evangélico mucho mayor que el de la vida religiosa de su madre.

Esta es la gran “lección de Asís”, como afirman los Ministros Generales en su carta de 1991: “Francisco y Clara se han colocado, de algún modo, fuera del mundo, realizando una ruptura radical con la sociedad feudal, clerical y monástica de su tiempo, para vivir sin poder y sin tener, sin nada propio. Francisco a los pies de todos en cualquier lugar del mundo; Clara a los pies de todos junto al Señor, en la clausura de San Damián. Ambos al servicio de todas las personas, todas ellas pobres, en la caridad que viene de Dios, en el Espíritu y a imitación del Verbo encarnado.

Si se estudian atentamente los escritos de Clara se aprecia que ella no repite a Francisco; desde su propia experiencia ha desarrollado la misma espiritualidad en forma femenina. Clara tiene una autoridad innegable como maestra de la teología mística.

Unidad de la familia franciscana

En la visita que el Papa Juan Pablo II realizó a las clarisas de Asís el 12 de marzo de 1982 hizo un discurso improvisado donde compartió afirmaciones insospechadas: “Francisco y Clara, estos dos nombres, estos dos fenómenos, estas dos leyendas… Cuando celebren el aniversario de Santa Clara deben hacerlo con gran solemnidad. Es difícil separar los nombres de Francisco y de Clara… Este binomio es una realidad que solo se entiende con categorías cristianas, espirituales, del cielo. Pero es también una realidad de esta tierra… En la tradición viva de la iglesia… no queda solo la leyenda. Queda en el modo en que San Francisco veía a su hermana, el modo en que ella se desposó con Cristo; se veía a sí mismo a imagen de ella, imagen de Cristo, en la que veía retratada la santidad que debía imitar; se veía a sí mismo como un hermano, un pobrecito a imagen de la santidad de esa esposa auténtica de Cristo en la que encontraba la imagen de la esposa perfectísima del Espíritu Santo, María Santísima…”

Teniendo en cuenta estas palabras, se puede intuir la fundamental unidad y reciprocidad de la vida evangélica, encarnada por Francisco y Clara para seguir, en el Espíritu, al Señor y a su Madre, en la Iglesia y para la Iglesia, en servicio de toda la humanidad y de todo el cosmos: a los pies de todos, como conviene a hermanos menores, a hermanas pobres, a fieles penitentes.

Por tanto, sentirse una sola familia en el cielo y en la tierra en torno a Cristo y a María, viviendo la fraternidad universal, como conviene a siervos y siervas sujetos a toda criatura: ésta es la experiencia substancial de la vida evangélica y eclesial vivida por Francisco y Clara, y por toda su familia universal, como anuncio y testimonio de la buena noticia de la liberación de los pobres y de los humildes y de nuestra misma hermana y madre Tierra.

Conclusión

No se me ocurre otra manera de ir concluyendo que unirnos a la alabanza que hace el Papa Alejandro IV a Clara en su canonización: “Clara fue la primera entre los pobres, maestra de castas y abadesa de penitentes. Ella gobernó el monasterio y la familia que se le encomendó con discreción y diligencia en el temor y servicio del Señor y en la exacta observancia de la Orden: alerta en la solicitud, hacendosa en los oficios, atenta para exhortar, con amor al amonestar, moderada al corregir, con mesura en el mandar, pronta a la compasión, discreta en sus silencios, sensata en el hablar; consultada además cuanto le parecía a propósito para gobernar con todo acierto, prefiriendo servir antes que regir, y honrar antes que ser honrada…” 

Paz y Bien

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