DAR LA CARA


Como si de una historia interminable se tratase, el drama de los abusos no deja de aporrear la puerta de nuestra Iglesia. EE.UU. hace semanas, ahora Alemania y para sorpresa de todos Francisco convoca a los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo para tratar el tema y prevenir más casos. Y aunque no lo queramos, a cada uno también le golpea de distinta manera. Supongo que el Papa pasará algunas –por no decir muchas– noches de insomnio y recibirá tantos reproches como reuniones. Habrá cardenales, obispos, religiosos y sacerdotes que tendrán que cargar con el pecado y la vergüenza de gente que probablemente no conocieron. Pero también para los cristianos de a pie, a quienes les toca defender a la Iglesia en el trabajo o en la universidad en medio de un huracán de críticas feroces. En todo caso, no podemos olvidar que para muchas víctimas la denuncia se convierte en el modo –quizás el único– de cerrar heridas que nunca debieron abrirse.

Hay diversas formas de afrontar el vendaval. Desde negar la evidencia y pensar que se trata de exageraciones propias de la prensa hasta solo mirar los aciertos de la Iglesia –que no son pocos– a fin de que la balanza maquille el horror. Otra alternativa consiste en sacar a pasear el niño que todos llevamos dentro y sencillamente echar la culpa a los que nos precedieron o las facciones eclesiales que no nos gustan y olvidar que los demonios no vienen de fuera, soslayando que los culpables son miembros de la Iglesia. Pero lo que nunca, lo que jamás podremos hacer es volver a mirar para otro lado. Si en algo es experta la Iglesia es en leer la tradición y aprender del pasado. Hoy pagamos las consecuencias de un tiempo en el que parecía que lo correcto era escurrir el bulto, y no podemos olvidar que desgraciadamente esta lacra nos dolerá tiempo y que negar el problema solo lleva a acrecentar el dolor.

Dar la cara. Eso es lo que está haciendo el Papa ante este problema. Apelar a la unidad de los cristianos. Pero no la que saca músculo y busca consolarse contemplando cifras y buscando excusas. Para examinar, mirar con misericordia –a las víctimas– y con humildad –a los que formamos parte de ella– y hacer de este tiempo una oportunidad de conversión y de orientarnos cada vez más hacia Dios para que este horror no se vuelva a repetir. Tan complicado y a la vez tan sencillo como sacar la verdad a la superficie, porque las heridas si no se limpian, nunca se podrán curar.

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