ME HACES FUERTE



Soy débil. Somos débiles. Somos limitados, pecadores, limitadas, pecadoras. En todo tiempo tropezamos, chocamos con nuestros temores, depresiones, tristezas, achaques. Tropezamos y caemos. Caemos y deseamos no levantar sino más bien dormitar en el mortecino calor de la autocompasión, o yacer en el áspero colchón de la evasión.
¿Qué hacemos con nuestra debilidad? Quizá nuestra mayor debilidad sea no saber qué hacer con ella o, más aún, desesperar. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el saber popular. Pero ¿por qué no aprovechar este consuelo? Es precisamente ese “todos somos débiles” la ventana que puede darnos algo de luz. Sí, mi ser débil puede ser la puerta de encuentro con el otro a través de muchas mediaciones: es mi pecado el que me lleva de la mano a perdonar, mi debilidad la que me ayuda comprender a otros, y mi pobreza la que me enseña a compartir. Pero no lo hacen automáticamente. Necesitamos antes un duro camino de aceptación de límites y una larga peregrinación junto con un Dios de la vida que seca nuestros sudores, cura nuestras ampollas, sostiene nuestro cayado y besa nuestras heridas.
 Compartir la debilidad es también algo grande, algo que nos hace fuertes. El haber tenido la experiencia de una caída en lo hondo de mi miseria y tomar la decisión de comunicárselo a algún amigo fue motivo de un encuentro maravilloso, encuentro de debilidades en el que se manifestó esa fuerza del Señor capaz de mover montañas…
Borja Iturbe


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