Es increíble la cantidad de cosas que no necesitamos y seguiremos siendo muy felices sin muchas de ellas
Encontrar el balance donde amemos lo suficiente para cuidar y proteger aquello que nos ha sido prestado y al mismo tiempo no poner todo nuestro corazón en ello para saberlo entregar cuando se nos pida… este es uno de los grandes retos que tenemos en la vida: amar con desprendimiento humano y sobrenatural sabiendo que nada ni nadie nos pertenece, que todo se nos ha sido confiado por un tiempo determinado.
Es sábado por la tarde. Me encuentro sola -aunque no me siento sola- sentada en una banca en medio del hermoso bosque que envuelve mi casa.
Estoy rodeada de árboles y de una naturaleza que hace maravillarme de las perfecciones de Dios. Los venados han salido a mi encuentro. No se acercan, solo me observan. Los trinos de los pájaros alaban conmigo el nombre de Dios.
Es mi pequeño paraíso, el lugar perfecto para hacer oración, elevar mi alma al Creador y decir gracias de todo corazón.
De verdad, vivo en un lugar que para mí es un pedacito de cielo. Es la casa de mis sueños. Me fascina porque crecí en un lugar parecido, en medio de la nada y rodeada de la naturaleza.
De corazón deseaba volver a lo mismo y Dios me lo concedió. Me permitió llegar a tener la casa de mis sueños la cual ahora, por circunstancias de la vida y de las que yo no tengo control, me la ha pedido de regreso.
Mi único interés al compartir esta experiencia en particular es hacerles saber que duele y mucho, hasta las lágrimas dejar ir sueños, proyectos, deseos, anhelos.
Que también me he enojado porque muchas veces no entiendo o de momento no estoy de acuerdo con las circunstancias, pero que sí se puede salir adelante cuando vivimos con la certeza de que al final todo se vuelve a acomodar, con la esperanza sobrenatural de que todo es para bien.
Que si en este momento Dios nos está pidiendo que le devolvamos algo que antes nos prestó seguramente es porque Él ya tiene algo mejor listo para nosotros.
Y es que así pasa con todo en esta vida, las cosas simplemente pasan de poseedor, de una mano a otra: hoy tenemos, quizá mañana tengamos un poco más –amistades, dinero, amigos, salud, bienes materiales- pero tal vez después tendremos un poco menos o nada y habrá que comenzar de cero.
Bajo estas circunstancias tenemos 2 opciones, tirarnos al drama porque las cosas cambiaron, porque ya no serán nuestras, porque las personas se alejaron, o porque hasta la salud hemos perdido. En mi caso, porque la casa de mis sueños ya no será “mía” y pasará a otras manos. O bien, agradecer a Dios por lo que tuvimos, porque lo pudimos disfrutar por un tiempo.
No me cansaré de repetir que no se trata de vivir un desapego frío, que no sintamos y que no pongamos nuestro 100% al amar, sino de tener muy claro que nada ni nadie nos pertenece -ni talentos, ni posesiones, ni amores-, nada es nuestro y todo nos ha sido confiado.
Es sábado por la tarde. Me encuentro sola -aunque no me siento sola- sentada en una banca en medio del hermoso bosque que envuelve mi casa.
Estoy rodeada de árboles y de una naturaleza que hace maravillarme de las perfecciones de Dios. Los venados han salido a mi encuentro. No se acercan, solo me observan. Los trinos de los pájaros alaban conmigo el nombre de Dios.
Es mi pequeño paraíso, el lugar perfecto para hacer oración, elevar mi alma al Creador y decir gracias de todo corazón.
De verdad, vivo en un lugar que para mí es un pedacito de cielo. Es la casa de mis sueños. Me fascina porque crecí en un lugar parecido, en medio de la nada y rodeada de la naturaleza.
De corazón deseaba volver a lo mismo y Dios me lo concedió. Me permitió llegar a tener la casa de mis sueños la cual ahora, por circunstancias de la vida y de las que yo no tengo control, me la ha pedido de regreso.
Mi único interés al compartir esta experiencia en particular es hacerles saber que duele y mucho, hasta las lágrimas dejar ir sueños, proyectos, deseos, anhelos.
Que también me he enojado porque muchas veces no entiendo o de momento no estoy de acuerdo con las circunstancias, pero que sí se puede salir adelante cuando vivimos con la certeza de que al final todo se vuelve a acomodar, con la esperanza sobrenatural de que todo es para bien.
Que si en este momento Dios nos está pidiendo que le devolvamos algo que antes nos prestó seguramente es porque Él ya tiene algo mejor listo para nosotros.
Y es que así pasa con todo en esta vida, las cosas simplemente pasan de poseedor, de una mano a otra: hoy tenemos, quizá mañana tengamos un poco más –amistades, dinero, amigos, salud, bienes materiales- pero tal vez después tendremos un poco menos o nada y habrá que comenzar de cero.
Bajo estas circunstancias tenemos 2 opciones, tirarnos al drama porque las cosas cambiaron, porque ya no serán nuestras, porque las personas se alejaron, o porque hasta la salud hemos perdido. En mi caso, porque la casa de mis sueños ya no será “mía” y pasará a otras manos. O bien, agradecer a Dios por lo que tuvimos, porque lo pudimos disfrutar por un tiempo.
No me cansaré de repetir que no se trata de vivir un desapego frío, que no sintamos y que no pongamos nuestro 100% al amar, sino de tener muy claro que nada ni nadie nos pertenece -ni talentos, ni posesiones, ni amores-, nada es nuestro y todo nos ha sido confiado.
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