"María es la 'Virgen oyente' que acoge con fe la palabra de Dios; fe que para ella fue premisa y camino hacia la maternidad divina, porque, como intuyó san Agustín, 'la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo'; en efecto, cuando recibió del ángel la respuesta a su duda (cf Lc 1,34-37) 'ella, llena de fe y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno', dijo: 'he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra'.
La fe fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor (Lc 1,45); fe con la que ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cf Lc 2,19.5 l). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la Sagrada Escritura, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia.
Ante todo, la Virgen María ha sido propuesta siempre por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y tanto menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en sus condiciones concretas de vida ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (cf Lc 1,38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio; porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente".
Pablo VI, Marialis cultus
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