LA RIQUEZA DE LA UNIDAD

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odos conocemos y gustamos la riqueza de la diversidad y la multiculturalidad. Y reconocemos la necesidad de defender su pervivencia, más en un creciente ambiente de desconfianza hacia el distinto y de primacía de lo propio frente a lo ajeno y desconocido. Ahora que crece la tendencia de reforzar “lo de dentro” muchos seguimos reconociendo el bien que nos hace el explorar lo diferente, el adentrarnos en terrenos que no controlamos para conocer más y enriquecernos en el intercambio con aquel que no piensa, siente o construye igual que nosotros. Eso ensancha nuestro horizonte.

Quizás por eso choque que la Iglesia ande rezando estos días por la unidad de los cristianos. En un mundo en el que la diversidad es un valor por proteger, parece que los católicos preferimos unificar y uniformizar la fe. Pero sólo lo parece. Porque ese no es el objetivo real de la unidad de las iglesias cristianas y vivirlo así sería una visión sesgada e incompleta del motivo por el que buscamos la unidad de las confesiones cristianas. No se trata de que mi discurso, mis formas, mi doctrina prevalezca sobre las demás y se imponga como la única y verdadera. Al contrario. La Iglesia pide en estos días, con especial insistencia, para que aquellas palabras que dijo Jesús: “Quien no está contra nosotros, está a nuestro favor” (Mc 9,40) sean la verdad que guíe nuestros pasos en la fe.

Pedimos alcanzar una unidad en la que desaparezca la dicotomía de buenos y malos, de ortodoxos y herejes. Pedimos reconocer que la única Verdad es Jesús y el Reino. Y que Él es el único Camino para poder alcanzarla desde la Vida que nos trae. La Iglesia no pide estos días en su oración por la unidad de los cristianos crecer ella, sino que crezca el conocimiento de Jesús en el mundo, que crezca el anuncio del Evangelio entre todos los pueblos, que crezca el Reino con el esfuerzo aunado de todos los cristianos.

Qué distinta esta propuesta de unidad de otras que nos van saliendo al paso. Que nos hablan de identidades contrapuestas, de aliados y enemigos, de ellos y nosotros. En estos días nos proponemos caminar hacia la unidad de esfuerzos, hacia el no perdernos en lo que nos separa, sino en lo que nos une y fortalece en la misión que tenemos encomendada. Pedimos dejar a un lado las diferencias en las formas para que brille con más fuerza la unidad que reside en todos nosotros, que es la realidad del Salvador que vino al mundo para traer vida. En el que tenemos la esperanza de descubrir un día que por encima de todo somos una sola cosa, hijos del mismo Dios.

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