LOS NIÑOS AYUDAN A LOS NIÑOS



La infancia es la etapa de la vida en la que vamos abriéndonos paulatinamente a lo que es el mundo en toda su complejidad y nos vamos empapando de todo lo que nos rodea. Las experiencias primeras que se tienen en los años de la niñez tienden a marcar decisivamente la experiencia vital posterior, también en el campo de la fe. La fe cristiana está llamada a la misión, por lo que abrirse a la fe e iniciarse en la misma a través del despertar religioso no puede dejar de contemplar esta dimensión misionera. No es un tema menor o un mero adorno: los cristianos somos misioneros, “discípulos misioneros”, como le gusta decir al papa Francisco.

Además, los niños buscan referencias en los mayores, que les ayuden a crecer y orientar sus primeras decisiones. Precisamente porque son atrevidos, tienen sueños grandes, buscan gestas importantes. Los misioneros pueden encajar perfectamente con esa necesidad, y eso les ayudará a integrar en su vida los valores que ellos encarnan y que son tan necesarios para nuestra sociedad: la generosidad, la entrega, la donación, el testimonio, el amor universal… También por eso es importante hablar a los niños de la misión.

La fe no puede ser nunca infantil, ni puede quedar reducida a cuestiones más o menos sentimentales incapaces de transformar la vida y llenarla de sentido. No obstante, el misterio de la Encarnación de Jesús es siempre una fuente de espiritualidad. Tiene la posibilidad de hacernos ver y palpar la cercanía de Dios. Los niños ciertamente son incapaces de abstraer, o pueden tener dificultades con la presentación de una imagen etérea de Dios. Sin embargo, el cristianismo nos da la posibilidad de hablar y acercarnos a un Niño. Así lo anunciaron los ángeles a los pastores: “Esta es la señal: encontraréis a un Niño envuelto en pañales”; más tarde aparece en el Templo, con sus padres. También los niños verán en ese Niño a un amigo, como ellos mismos, y al mismo Dios que viene a su encuentro.

OMP- D Fidel Herráez




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