Una de mis mejores amigas se casa en septiembre. Nos conocemos desde hace años. Fuimos juntos al colegio y hasta que entré en la Compañía vivimos en el mismo barrio, a menos de 3 minutos el uno del otro. Éramos –de hecho, lo seguimos siendo- de la misma pandilla, aunque ahora, por circunstancias de la vida –nos hacemos mayores y tal- nos toque vernos casi de año en año.
Ella hace tiempo conoció a un chico (estupendo, por cierto) y tras un tiempo de novios decidieron casarse. Este verano me comentaba ilusionada los detalles de la boda, la iglesia, los posibles testigos, el lugar de celebración, etc. Tras enseñarme su anillo de compromiso la conversación cogió otro tono. Me hablaba de la alegría de haber encontrado a una persona con quien compartir su vida. Soñaba con tener hijos, formar una familia…en definitiva: quería casarse y ser feliz.
Farah y Hashim no recuerdan el día que se vieron por primera vez. Se conocían desde hacía años. Ella siempre estaba en las fiestas familiares pues él era su primo tercero, o sea, eran familia. Vivieron en el mismo barrio. Se cruzaron miles de veces yendo al colegio, comprando cualquier cosa o simplemente jugando en la calle. Después llegó la guerra y el terrorismo. En 2014, Abu Bakr al-Baghdadi proclamó el Estado Islámico en Mosul. Todo se volvió negro, oscuro. Todo era delito. Farah, que tenía 18 años y aún iba al colegio, huyó con toda su familia a Kirkuk.
A veces Farah y Hashim recuerdan cómo era Mosul antes de la guerra, cuando su ciudad estaba llena de vida y de cultura. Era la tercera ciudad de Iraq, con uno de los cascos históricos más valiosos del país y una numerosa comunidad cristiana. Luego llegó el ISIS y destruyó todo. Hicieron añicos los restos arqueológicos y se aniquiló todo lo que para ellos no fuese puramente “islámico”. Se cerró la universidad. Se prohibió la música. Ellos decidían quién vivía y quién no. Tiempo después, los combates entre el ejército iraquí y el Estado Islámico acabaron convirtiendo la ciudad en un montón de escombros.
Nada más acabar los combates, alumnos y profesores comenzaron a limpiar lo que quedaba de la Universidad de Mosul. Y allí, entre ladrillos, cristales y apuntes, Farah y Hashim volvieron a coincidir. Ella se fijó en él. Y él se fijó en ella. Ahora los dos quieren casarse. Piensan que la boda puede ser una oportunidad para reunir a la familia, dispersa por todo el país por culpa de la guerra. Pero muchos aún tienen miedo de volver a Mosul. El ISIS no acaba de desaparecer. Aún hay secuestros, asesinatos, coches bomba. Pero entre tanta destrucción aún hay sitio para la esperanza. Una vez casados, Farah y Hashim no quieren marchase de Mosul: “sin una nueva generación, esta ciudad no volverá a ser real”.
Entre España e Iraq hay miles de quilómetros. Entre los dos países existen situaciones antagónicas. Muy diferentes. Pero la vida, aquí y allí, se abre camino lentamente: en Iraq con gran dificultad, en España, aparentemente de forma más sencilla.
En nuestra vida la oscuridad, como en Mosul, como para Farah y Hashim, nunca será absoluta. Aunque aparentemente estemos llenos de escombros, destrozados por nuestras luchas y complejos, siempre encontraremos, por mínimo que parezca, un resquicio de vida. Una diminuta partícula de luz para mantener despierta nuestra esperanza.
En septiembre se casará mi amiga. No sé cuándo será la boda de Farah y Hashim. En todo caso, en una en otra, como en todas y cada una de nuestras historias, la vida se abrirá paso. La vida será más fuerte que la muerte.
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