Lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echando a suertes lo que le tocara a cada uno (Mc 15, 24). Los evangelistas son escuetos al describir el momento en el que Jesús fue despojado de sus vestiduras. Francisco Romero Zafra esculpió en el año 2012 la impresionante imagen de Jesús Despojado de sus Vestiduras para la cofradía del mismo nombre de Salamanca. En ella, representó con sensibilidad contemporánea a un Cristo que, con lágrimas en los ojos y el cuerpo dolorido, extiende sus brazos para dejar que los soldados romanos le arrebaten su túnica.
Al mirar esta imagen impresiona sobremanera el gesto humilde y paciente de Jesús al dejarse arrancar lo único que le quedaba. Sin embargo, la túnica de Jesús no es más que un gesto visible de lo que había sido toda su vida. Antes se había despojado de su categoría de Dios, había abandonado su medio de vida como carpintero, se había apartado de su madre, había rechazado el que los demás hablaran bien de él, la influencia en la religión, el amparo de los poderoso, el bienquedismo que le hubiera hecho amigo de todos, y tantas otras cosas. De todo ello, Jesús se había despojado por fidelidad a Dios y por amor a los hombres. Con estos antecedentes, su imagen dejándose arrebatar sus vestiduras por los soldados, impresiona de una manera más honda.
En el fondo, la imagen de Jesús Despojado de sus Vestiduras nos llama a ahondar en nuestro seguimiento de Cristo, en nuestro modo de ser cristianos. Porque Jesús, con su vida y con su despojamiento radical nos llama a ser lo mismo. Nos enseña que si queremos seguir sus huellas, debemos estar dispuestos a despojarnos no de aquello que nos sobra o que nos es fácil dar, sino sobre todo de todas aquellas seguridades en las que nos apoyamos, de todo lo que nos parece seguro y razonable, para lanzarnos a aquellos caminos inestables y peligrosos (pero llenos de vida) por los que él se aventuró.
Dani Cuesta, sj
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