Un nuevo desafío ha puesto las redes a arder: desde Sudáfrica, el #ResurrectionChallenge (Desafío de la Resurrección, en su traducción al español) se volvió tendencia hace apenas unas semanas.
El punto de partida fue un vídeo en el que se muestra cómo, supuestamente, un pastor de la iglesia Alleluia Ministries International resucita a una persona. Y pese a las malas dotes interpretativas del supuesto resucitado, miles de personas congregadas aquel domingo en aquella celebración en Johannesburgo, creyeron asistir a la realización de un milagro.
Más allá de las numerosas bromas aparecidas posteriormente, esta farsa ha desatado el debate en el país, donde no existe una legislación que ataje estos cultos. Sin embargo, la mirada crítica quizás podría ir más allá.
Casos de fraude o engaño como este, llevan al descrédito conjunto de cualquier iglesia y religión. Y por ello, en tiempos revueltos y delicados para nuestra Iglesia, en los que incluso desde dentro, llegamos a preguntarnos si realmente Dios sigue en ella, es capital recordar que somos parte de un todo. De un todo humano, imperfecto y complejo, pero esperanzado, comprometido y de buena voluntad.
Desde dentro sabemos que frente a líderes jerárquicos que aprovechan su posición para el engaño y el dolor, están los héroes y heroínas del día a día, que trabajan infatigablemente acompañando, sirviendo y luchando por la justicia.
Y frente al ruido mediático (e interior) que provocan los trapaceros, el abrumador grito silencioso de quienes trabajan por el cambio, la reconciliación y el amor, en casa, en el trabajo, en clase y en el barrio.
Por eso, como partes del todo, quizás nos toque a cada uno de nosotros elevar la voz frente a noticias y realidades como esta. Que nuestro desafío sea ser, llevar y hacer oír buena noticia. Y no solo en nuestras conversaciones y espacios de influencia. Sino con nuestro testimonio y nuestras acciones. Que al final, «el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras».
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