El doble rasero es eso que ocurre cuando juzgas de manera diferente en función de personas e ideologías. Ocurre en la cultura, en la política, en el deporte, en la religión… Cuando justificas en los afines lo que no toleras en los diferentes. Cuando siempre encuentras un motivo para aceptar lo que hacen quienes consideras “los tuyos”, pero nunca lo encuentras para intentar comprender si eso mismo lo hacen “los ajenos”.
Uno podría pensar que esto del doble rasero es una forma de hipocresía. Lo lamentable es que la mayoría de las veces no lo es, y es más bien una forma de ceguera, o incluso de esclavitud, porque quien juzga así, quizás es inconsciente de ello, y se termina creyendo sus propios argumentos. Y lo cree porque le ciega la ideología, la afinidad o el sectarismo de turno.
Por doble rasero tachas de inmoral en otros lo que es normal en los tuyos. Denuncias como obscenos lenguajes que, sin embargo, cuando salen de labios amigos resulta que son poesía. Las mismas conductas que exiges a los rivales las ves perfectamente prescindibles en los aliados.
Lo peor es que esa ceguera nos hace tremendamente dóciles. Porque quien manipula sí es consciente de las duplicidades, las contradicciones y las dos varas de medir que guarda en su cajón. Pero quien se deja manipular se va convirtiendo, poco a poco, en hooligan, forofo acrítico y, sin darse cuenta, cautivo de sus propias decisiones.
Somos mucho más capaces de criterio propio que todo eso. Solo hay que tomar distancia, pensar más, y negarse a que nadie dé por sentado que, pase lo que pase, somos de los suyos.
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