ESPÍRITU DE JUSTICIA


Hace unos años recorría internet una foto de un niño sirio de unos tres años herido de muerte en la guerra fratricida de aquel país. La foto venía acompañada por el testimonio de quienes habían escuchado su última frase: «cuando muera, voy a contarle a Dios todo».

El espíritu de Justicia brotó de la boca de este niño cuando invocó a aquel que se había convertido en su único valedor. En la inocencia de un niño, son palabras que se vuelven sagradas, porque la paternidad de Dios se sitúa por encima de la injusticia. Y, a la vez, son palabras que resultan una amenaza. El asesino, el instigador, el interesado en esta guerra, podrá pretender mirar para otro lado y pensar que su causa es la justa y este un daño colateral; pero la simple sospecha de que las palabras hayan podido ser escuchadas por el Padre se clava en la conciencia.

El espíritu de Justicia visita el corazón cuando se siente una necesidad: Dios no se puede quedar al margen cuando su pueblo sufre. El Señor no abandona a sus preferidos. ¡No puede ser! La tentación es enfadarnos con Dios. Pero este espíritu compasivo nos empuja a querer estar más cerca del Señor, es decir, a acercarnos al hermano solo y desamparado, al pobre, al hambriento y al desnudo, al hermano que sufre la guerra y al que duerme en las calles de la ciudad.

Y este será nuestro juicio para saber si hemos sido justos o no: ¿dónde estábamos cada uno de nosotros cuando los pequeños invocaban a Dios?

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