ESPÍRITU DE... ENCUENTRO


Siempre me han sorprendido eso inmensos tapices que representan grandes paisajes o escenas de la historia de la humanidad. Son imágenes que parecen estuvieran vivas o a punto de ponerse en movimiento. Y me maravilla pensar en esos artesanos que con gran maestría han ido entretejiendo con paciencia y mucho dedicación miles de hilos para formar esas imágenes que parecen pintadas a mano.

Hoy día estamos acostumbrado a ver productos realizados por tejedoras industriales que hacen en serie miles de productos en un día. Pero los tapices artesanales no son así. Cada uno tiene algo único, tiene un 'alma'. No son simples copias, no hay un tapiz igual al otro. Como los seres humanos: cada uno es único e irrepetible.

También cada uno de los hilos que forma esa imagen es distinto. Y esto es indispensable para formar el tapiz. Si todos los hilos fueran iguales, no habría posibilidad de expresar una imagen. Y tampoco se puede cortar un hilo sin que afecte la imagen del tapiz, cada uno aporta lo más propio que ningún otro puede dar. Al mismo tiempo, si se corta un hilo corre peligro todo el entramado de deshilacharse y deshacerse. La fortaleza del tejido se da por la presencia de cada uno de los hilos que la conforman y el modo en que se entrelazan.
Todo esto y mucho más es lo que tiene el tejedor en su mente, en su corazón y en sus manos, cada vez que se sumerge en su arte. Descubrimos en él, el arte de forjar la unidad en la diversidad. De este modo, forma un tapiz que presenta bellamente una imagen que cautiva a quien la contempla.

Los tapices y las comunidades tienen mucho en común. ¡Cuánta necesidad tenemos en este tiempo de forjadores-tejedores de comunidad! Hoy más que nunca, estamos urgidos de artesanos que sean constructores de relaciones, de nuevos tejidos comunitarios. Hombres y mujeres que, al modo de Dios, tejan con arte y paciencia, una relacionalidad que fortalezca la comunidad. Y así, poder formar el rostro misericordioso del Padre.


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