En esta parábola, lo primero que nos encontramos, es una paradoja con respecto al sembrador que claramente es Jesús, inspirado por Dios, actuando en el ser humano a través de su mensaje. Lo lógico sería que un buen sembrador preparara la tierra para no malgastar las semillas y procurar tener la mayor seguridad de que van a germinar; no busca trabajar sin réditos. Pero este sembrador las lanza hacia todos los espacios, buenos o malos, preparados o no. Rescata de este modo la universalidad de su mensaje que traspasa las fronteras del Pueblo Elegido, y los cercados que protegen las buenas tierras según los escribas legalistas. No elige la tierra perfecta, aquella que cumple perfectamente con la ley o cree a ciegas la doctrina, aquella que comercia con el mensaje y espera recibir un premio por su buena conducta. No es así en esta parábola. Jesús amplía a toda la humanidad la capacidad de encontrar un sentido profundo de la vida y toda persona es digna de recibirlo.
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